Despojarse de lo viejo para esperar un futuro mejor


 



No es ninguna sorpresa que en diferentes culturas originales se haya celebrado la noche más larga del año, que astronómicamente ocurre por estas fechas. Puedes llamarle como quieras, año nuevo, navidad, fiesta paganas o solsticio, basta tener un leve contacto diario con la naturaleza para apreciar como la tierra nos ofrece ciclos de muerte y renacimiento o regeneración.

Esta celebración intenta recordarnos que todos estamos sometidos a un ciclo, que nuestras vidas son una vuelta en la espiral de la historia, pero que cada año tenemos la oportunidad de dejar lo viejo y dar espacio para lo nuevo.

Nuestros abuelos mexicas tenían la hermosa tradición de deshacerse de sus utensilios de comida viejos y usar nuevos en inicio de cada ciclo nuevo. Quizás hoy eso sea demasiado mercantil y costoso, pero el sentido de esa enseñanza es lo que deberíamos rescatar.

Estos tiempos del año que se va son tiempos para deshacerse de lo viejo, tanto de cosas como de pensamientos e incluso, quizás de relaciones personales.

Para muchas personas, deshacerse de lo viejo cuesta mucho esfuerzo. Ya lo hice en el cambio de ciudad al abandonar mis libros y mis lugares preferidos, pero no ha sido suficiente. La sociedad actual te facilita mantener recuerdos y relaciones sociales que se han abandonado por el tiempo, por ejemplo, la pertenecía a grupos de amistad (en Facebook, LinkedIn o Whatsapp), que  probablemente no veré más en la vida, pero que me gusta saber lo que pasa con estos grupos.

Las mismas redes sociales mantienen vínculos viejos, incluso entre mis amistades hay perfiles de algunas personas que ya murieron pero que nadie se ha atrevido a borrarlos, quizás yo debería quitarlos de mis listas de amigos, no por falta de interés, sino por respeto.

Esto me recuerda a un conocido que no se quería deshacer de su teléfono viejo, cuando los chips no eran intercambiables por el temor de que alguien de sus contactos no tuviera su contacto. Pero es irónico para una persona que tiene cierta presencia pública, donde ahora es tan fácil localizar a las personas.

En mi red de LinkedIn tengo más de cuatro mil contactos, de los cuales he de conocer personalmente a menos del 1%. En esta red, en mi cumpleaños, me felicitaron 10 ó 12 personas que no conozco y sólo un amigo. A pesar de tener un público tan interesante, no tengo nada que decirles ya, poco sé de nuevas tecnologías y el camino del conocimiento que he emprendido me ha alejado de las preocupaciones empresariales de redes de contacto y marketing, especialmente porque este último se ha convertido en un agente de vigilancia y no de crecimiento de emprendedores.

Algo similar me ocurre con X, aunque hubo un tiempo que sirvió para conocer a nuevas personas, hoy hay tanta información que me pierdo en leer cosas que no me interesan a pesar de las listas y las etiquetas. Seguramente lo poco que he leído solo me lee la milésima parte del 1% y quizás por accidente.

Instagram no me dice nada, su contenido es realmente fatuo y sólo lo busco para encontrar información de algunas empresas. Ahí ni siquiera tengo amistades.

La única red a la que he encontrado sentido relativo es Facebook, quizás porque la mayoría de mis amistades las localicé por ahí. Pero casi no converso con ellos. Ni siquiera creo que me lean, cuando publico algo. Yo he cambiado para ellos y sé que no les gusta mi modo de pensar. Pero es algo que ya resolví en mi interior.

Hace años que decidí que nunca más habría de obligarme a mismo a ser como los demás esperaran que fuera.  Se trata de un reto de crecimiento personal que consiste en la búsqueda de la autenticidad. como uno de los primeros pasos para el encuentro con tu sabio interior.

En la búsqueda de este objetivo es importante mantener una lucha constante contra lo viejo, en el entendido de que ya cumplió s función y hay que dejarlo ir para dar espacio a nuevas oportunidades.

Pero quitar el ruido del sistema y de las voces de todas esas figuras internas que hemos creado para regular nuestra conducta y parecer normales, no es un esfuerzo sencillo. El sistema tiene muchos recursos para impedirte salir.

Por ejemplo, cuando llego a visitar alguna de las redes sociales, el impulso por participar y ver lo que otros escriben saturan mi tiempo e introducen en mi cierta dosis de infelicidad. Sé muy bien cómo se le llama a eso, pues es un fenómeno bien estudiado:  FOMO (fear of missing out).

El miedo a perderse de algo, también se combina con otro temor que es el de los ahora llamados influencers, que sería algo así como miedo a perder su audiencia o no hacerla crecer y con ello perder oportunidad de negocios.

Este último fenómeno del que se habla poco por razones obvias, ya que son los generadores de información los que lo sufren, provoca diversas consecuencias: un afán por llamar la atención para despertar interés en donde no hay nada interesante y una abrumadora cantidad de información inútil.

De modo que también se pierde tiempo y energía en el consumo de información sin valor en los medios alternativos, por lo que alejarse también de lo viejo implica bajar la atención a la información personalizada que creemos dominar, pero que en realidad nos mantiene atentos a la pantalla.

Al alejarse de la información instantánea uno puede constatar lo que los académicos críticos de los años sesenta decían acerca de que las noticias sólo eran una mercancía más, de esas que genera la abrumadora mercadotecnia contemporánea, mercancías con información basura que hacen obesa la mente, nublado el entendimiento y ocupa todos los espacios disponibles para la reflexión.

Estos maestros rondan por los 80 años actualmente, algunos incluso han muerto pero su pensamiento sigue vigente e incluso ha adquirido a los que lo pueden apreciar mayor valor. Lo que nos lleva a una reflexión necesaria. Lo viejo no tiene que ver con la edad, sino con lo que deja de ser útil. Un buen vino tinto por ejemplo adquiere valor con el tiempo, pero la mayoría de los alimentos pierden nutrientes también con el tiempo.

Así que hay conocimiento que adquiere mayor valor con el tiempo y otros que nos fueron útiles en su momento, pero que es hora de desconocerlos porque saturan nuestra mente.

Los maestros Q’ero, herederos de la sabiduría Inca, hacen una reflexión interesante respecto al conocimiento de una persona. Se trata del saludo. Cuando tú saludas a alguien les das existencia, es decir entran al espacio de las personas que existen para ti. Haciendo un ejercicio con estas palabras, cuando dejas de saludarlas, dejan de pertenecer al mundo actual, al ahora y el aquí, para pasar al mundo de los recuerdos.

El reto es que con las redes sociales queremos conservar esos recuerdos vivos, que estén aquí en el ahora, cuando ya nosotros dejamos de ser lo que éramos y seguramente ellos, todos, también.

Por eso, quizás, los grandes maestros de la conciencia oriental decían que dejaban de pensar en las conversaciones que habían tenido con alguien, pues pertenecían al pasado. Y tanto el pasado como el futuro son ideas vagas de una realidad inexistente.

¿Cuántas ideas viejas están ocupando mis pensamientos? ¿Cuántas ansiedades me generan las relaciones del pasado que ahora no tienen ningún efecto?

Al igual que nuestros abuelos mexicas, es tiempo de romper los trastos viejos y dejar espacio para nuevos retos.

Feliz nuevo día

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