Vivimos una era en que el tamaño de nuestros egos se ha
incrementado como quizás nunca en la historia de la humanidad.
Es tan grande que ocupa todo el horizonte de nuestra mirada,
no somos capaces de ver más allá de nosotros mismos sin la intermediación del ego.
Por supuesto qué, en la raíz, nuestra perspectiva del mundo
es desde nuestro yo, los individuos tienen la oportunidad de trascender el
individualismo cuando entra en contacto con la naturaleza, hace actividades
creativas o reflexiones profundas entre otras posibilidades.
Pero si somos honestos, al mirar el entorno, estos caminos
están cerrados por nuestras mismas decisiones. Si vamos al bosque nos gusta
hacerlo escuchando música, cada vez menos gente escribe, pinta o produce música
por el simple hecho de crear, incluso algunos pintores famosos que he conocido
buscan no lo que traen en su interior al expresar el contenido en sus cuadros,
sino aquello que el mercado demanda.
No soy creyente. Pero eso no me permite reconocer que en
décadas pasadas la religión no solo servía para conectar a la comunidad, sino
para reflexionar sobre nuestra relación con el Creador. Hoy abundan los
consejos para generar abundancia (desde nuestro ego) pidiéndole al universo.
Cada uno de nosotros se ve tan importante que permitimos que
sea el hedonismo el que regule nuestras conductas: el placer en primer lugar y momento.
No hay nada más relevante que nuestra complacencia. Aunque en realidad somos
sólo marionetas siguiendo las redes sociales con avidez, por el temor a
perderse algo de algo importante
El problema con el ego inflado no es sólo la insatisfacción,
razón suficiente para sentirnos infelices e insatisfechos permanentemente, también
nos ocurre que a pesar de todo lo que estudiemos y los cursos y carreras que tomemos, incluso a pesar de los libros que leamos, el entendimiento está abrumadoramente
limitado. El que seamos wikipedias ambulantes no nos hace sabios, solo idiotas
ilustrados, como tantos doctores y científicos vemos en los medios.
Pero a pesar de todo hay algo fascinante en la época que
vivimos. Trascender esas barreras es también un reto jamás logrado. De modo que,
al reducir nuestro ego, podríamos aumentar nuestra capacidad de entendimiento y
distanciarnos años luz de los demás.
Esto no es tan dramático como suena. Al contrario, el
conocimiento aleja el ego de los demás, pero deja intacto el camino del corazón
(una frase muy profunda que va más allá de ser buena onda o amoroso). Es decir,
nos hace comprender que estamos unidos con los demás y que es mejor hacer y
pensar lo mejor que se pueda de los demás ya que esto nos afectará positivamente
a nosotros mismos. Y ocurre también lo contrario.
El símbolo emblemático de la era del ego es la contaminación lumínica, las actividades banales que nos ocupan en la noche, nos impide apreciar la impresionante belleza de nuestro universo
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