Un día como hoy todos mis libros murieron

 




Uno de los procesos más perturbadores en mi vida -en este largo proceso de duelo que estoy sorteando por mi cambio de residencia a otra ciudad- han sido el deshacerme de mis libros. Los he arrastrado conmigo en todos mis cambios de domicilio y cuando me ha sido posible los he rescatado como si la suma de ellos representará el futuro de mis días.

Pero una voz en mi interior me decía que, en esta ocasión, tenía que desprenderme de ellos. Y había una razón significativa.  En mi penúltimo cambio de domicilio se quedaron guardados en cajas por años, hasta que los rescaté en el siguiente domicilio en un acto firme de orgullo: mis libros tenían que estar en mi casa porque son parte de mí.

Pero mi vida no cambió en absoluto al sacarlos de las cajas, al contrario, se convirtieron en una fuente de acumulación de polvo.

Hubo una época en la que sabía dónde estaban muchos de ellos, porque los consultaba con regularidad por razones de trabajo. Pero ya es pasado. Ahora, si trato de recordar con precisión alguna idea o frase que merodea mi mente, busco en internet y regularmente encuentro el autor, el libro e incluso a veces hasta la página donde fue publicado.

Duele reconocer que los libros físicos han dejado de ser prácticos, mas no así la lectura. Ahora existe el formato PDF o el ePub y los audiolibros son realmente una gran opción cuando uno maneja o se hace una labor doméstica como cocinar o lavar los trastos.

Es obsoleto y caro tener y comprar libros físicos. El desperdicio energético es gigantesco no sólo por lo que cuesta producirlos, sino conservarlos y llevarlos de un lado a otro consigo.

Mucha gente me ha pedido el libro Al Filo del Precipicio en formato físico. Una ocasión a una señora que lo compró por internet, protestó indignada porque le llegó en formato PDF y no un libro físico, lo que advertía la página de compra, pero fue tal su indignación que le regresé su dinero. Entiendo que hay gente que disfruta leer en formato físico, incluso he escuchado comentarios respecto a su olor. Son memorias que irán desapareciendo conforme a la llega de nuevas generaciones.

Por supuesto que mi afán de conservarlos se trataba de ego. De mostrarme a mi mismo todos los libros que he leído. Aunque muchos de ellos se han esfumado extrañamente, los que más recuerdo.

Pero hay más que ego en este intento de conservación de libros. Para deshacerme de ellos revisé uno por uno y mágicamente en cada libro en mis manos se desprendían recuerdos y no todos eran felices. Muchos de los libros los compré en un intento por resolver una necesidad a través del conocimiento. Algunas de esas lecturas me ayudaron y mucho, pero al tocarlos me regresó esa ansiedad de conocimiento en mi vida de pareja, como padre, profesor, empleado o escritor o empresario.

Todos esos libros tenían -incluso las obras literarias-, además del conocimiento, una carga emocional que pesaban agazapadas en mi conciencia. Esa sensación de conservarlos no era por los días futuros, sino por los pasados. Sentía que en ellos estaba la solución a problemas no resueltos, como si necesitara de esas soluciones a problemas pasados.

Hay en el fondo una desconfianza en el propio concepto de mi mismo. Me sentía incapaz de resolver nuevos problemas sin las herramientas que había aprendido en esos libros. Pero al hojearlos me di cuenta de que esos conocimientos se convirtieron en mi e nuevos aprendizajes que al combinarlos con mis experiencias propias había afinado o modificado esas herramientas para poder afrontar nuevas eventualidades con mis propias herramientas afinadas por mí mismo. Los libros fueron buenos, me nutrieron, pero su conocimiento que me ha sido útil o que he comprendido lo he asimilado y ahora forman parte de mí.

 Al desprenderme de estos objetos también se fueron las emociones y se ha despertado en mi un sentimiento de ligereza.

Y esta sensación me dio la energía pera nuevos cambios. Fue un preámbulo para nuevos actos de desprendimiento. Una vez que terminé recorrí mi casa entera para descubrir que lo mismo pasa con la ropa y “aquellas pequeñas cosas” (Serrat) que aparecieron por todos lados como pequeños fantasmas desalmados. Se trata de recordatorios de la muerte, su deterioro nos demuestra que aquello que conservamos se empolva, envejece y pudre como nuestros cuerpos, mente y vivencias. Visto así, recordar no es vivir, es morir en vida viviendo, mirando hacia atrás. Es la antesala de la muerte, seguir por ese camino borrará el futuro y nos dejará el pasado hasta que nosotros nos convirtamos también en parte de ese escenario.

No sé cuanto tiempo más viviré, quizás sólo un día más, quizás muchos años más. No importa, ya que ahora sé es que esos días por venir serán más ligeros porque he liberado espacio para nuevas experiencias, aprendizajes y vivencias frescas.

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