El duelo en el adiós



 

 



Entre las experiencias que narré en el libro Al Filo del Precipicio, hay una actividad que comencé a practicar hace décadas y que la he continuado haciendo de forma muy regular hasta la fecha.

Si lo leíste recordarás que se trataba de escribir lo que quería de mi futuro, una y otra vez en una hoja de papel que después quemaba con la idea de que mis pensamientos se iban al universo a través del humo.

Eso que escribí se convirtió en realidad años después y justo fue lo que me motivó a escribir el libro, para decir a quienes lo leyeran que se pueden lograr grandes cambios repitiendo una frase, o mantra, una y otra vez.

He leído muchas críticas al respecto, sobre los repetidores de palabras, pero lo sigo haciendo y he logrado cambios muy importantes en mi vida que por tratarse de asuntos muy personales no describiré.

Lo que si puedo decir es que me ha funcionado y que lo seguiré haciendo porque mis objetivos se cumplen, aunque ahora yo no los escribo, los expreso verbalmente para que la palabra construya la realidad.

El resultado no es demostrable científicamente, especialmente desde una perspectiva materialista que rige la mayoría de la academia actual. Esto sería poco importante sino fuera porque muchas personas que he conocido me han “descartado”, ignorado y en algunos casos dejado de hablar, porque de pronto dejé lo académico para navegar por las aguas del conocimiento a través del pensamiento mágico, palabra esta última que tiene una raíz etimológica indoeuropea asociada con “tener poder”.

Mi decisión de seguir esta ruta a pesar de la pérdida de la credibilidad se ha convertido en mi salto al abismo del que también narro en el libro mencionado. Se trata de una decisión personal que no tiene retorno, pero que implica un cambio radical que puede ser exitoso o doloroso. Ahora creo que ocurren ambos escenarios, es un cambio exitoso que no deja de ser doloroso.

Lo interesante de esta experiencia es que conforme pasa el tiempo el sentimiento de pérdida aumenta y abarca casi todos los espacios de la realidad objetiva en la que había vivido.

Todo lo que he estudiado lo he tenido que voltear de cabeza, no porque sea falso sino porque es parcial y tiene que estar acotado. Se están reemplazando con una serie de “descubrimientos” personales, o despertares, que serían largos de narrar; pero cuando me refiero a "todo" aludo al significado absoluto de la palabra: desde mi relación con familiares y conocidos hasta el papel que le he dado a conocimientos formales de la mercadotecnia, el uso del liderazgo en empresas y la forma de vender. Pero también lecturas más valiosas como las de historia, ciencia, filosofía y sociología y otros asuntos de igual importancia.  Todo se ha ido al cajón de lo que conozco pero que tengo que suspender para que no sigan limitando mi comprensión de la realidad.

Uno de los duelos más difíciles que estoy viviendo es la esencia de mi profesión, la razón vocacional por la que estudié periodismo y que me ha acompañado desde los 10 años: escribir.

Mi voluntad de escribir se ha reducido con los años y no quiero que ocurra porque forma parte de mí, pero cada vez que me pongo frente al teclado me vienen ideas que no quiero escribir, que a nadie la gustará y que van en contra de mi proyecto de vida que está relacionado con la creación de realidad y no con su destrucción, de modo que las críticas, los argumentos los análisis son innecesarios e incluso perjudiciales. Escribo tres renglones y abandono la misión. 

Este escrito, por ejemplo,  quería hacerlo desde hace dos o tres años, pero -aunque lo pensaba diariamente- concluía que a nadie le interesaría saber porque ya no escribo de mercadotecnia, ni de PYMES, porque me estoy alejando de la política y de lo cotidiano.

Sin embargo, aunque estamos en un mundo lleno de individualidades que tienen la posibilidad de expresarse a la menor provocación, he concluido que no puedo dejar de ser lo que soy, no sería auténtico sino lo publicara, aunque fuera solo como un testimonio personal que quede registrado para mis ojos.

Creo que este lanzamiento al precipicio es el Viaje a Ixtlán que vivió Carlos Castañeda y en el que dejé de creer por falta de fe y que ahora vuelve a mi como con un efecto búmeran,  ya que no llega por la ciencia autorizada, por el camino de lo "correcto", sino a través de un susurro de mi lado izquierdo: se trata de un consejo de la muerte que me ayuda a darle sentido a mi vida. (Esto no es un mensaje suicida; los que hayan leído a este autor lo entenderán, los que no háganlo, es una lectura obligada para entender el futuro).

Este es un mensaje de duelo porque me estoy desprendiendo de muchas cosas que dejaré en este espacio, el ombligo de la luna, el centro energético de la cultura Mexica, del que me he nutrido sin saciarme. Y este duelo es significativo, me iré a Ixtlán dejando mis libros, mis sitios, mis comidas y quizás muchos de mis pensamientos, especialmente los materialistas que me impiden ver nuestra capacidad de crear, nuestro poder interior, nuestra fuerza infinita que el universo nos entregó con la esperanza de que intentemos.

Pero esto no es triste en absoluto, es todo lo contrario porque Ixtlán es un nuevo espacio, con muchas ideas que convertiré en realidad.

Lo que ocurre es que es difícil decir adiós, es complejo desaprender todo sin perder autenticidad. Y eso me está tomando tiempo, quizás el resto del que me queda.

 

Image by Larisa Koshkina from Pixabay 

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