Morir joven con más de 80



Conocí a Eduardo Punset en una etapa tardía de mi vida, y de la suya, cuando buscaba argumentos científicos para entender un fenómeno relativamente nuevo hace poco más de una década: el neuromarketing.

Sus vídeos de su programa Redes algunos tenían unos pocos años o meses. Encontré respuestas a mis preguntas, pero además me abrió las puertas de nuevo a la ciencia. Pocos promotores de la ciencia han sido mis preferidos. En mi niñez lo fue Jack Cousteau quien no era propiamente un científico pero me abrió mil preguntas sobre los océanos, sus corrientes, su vida y sus misterios. Podría decir que por el estudié periodismo, no había en mi adolescencia interés por la verdad política o social, sino por la verdad científica.

Fue una decepción comprender que la verdad científica es tan relativa, tan pequeña como un grano de arena lo es para la tierra y quizás estoy exagerando en la grandeza del grano o en la pequeñez del planeta. (Quizá por esto son tan cautivadores las verdades absolutas de los políticos -laicos y religiosos-)

Años después llegó Carl Sagan, aun en televisión. Su estilo sencillo, metafórico y profundo a la vez volvió a despertar mi interés por la ciencia. Ahora si comandada por un promotor auténtico de la ciencia.

Sagan fue uno de mis pocos arquetipos de mi vida como no lo pudo ser Jacobo (el de 24 horas). El otro fue Granados Chapa y Daniel Prieto, profesores y amigos de mis amigos, tan cercanos y lejanos a la vez, pero maestro al fin, con los que tuve infinidad de diálogos mentales con sus obras. Como lo fue también el filósofo Panchito García Olvera, el único de mis dos arquetipos con los que pude hablar, interactuar y cuestionar.

Pero Sagan salía en la tele y eso lo hacía especial, diferente, un arquetipo del mundo físico que no se pueden conocer en la vida real, sólo una imagen en el éter de nuestras alucinaciones, eso que llamamos realidad.

Después de Sagan llegaron las décadas del silencio. No sólo por la llegada del neoliberalismo que acabo con la historia e impuso la posverdad y todas esas otras chaquetas mentales con las que nos ha manipulado en las últimas décadas, sino también por el acaecimiento en mi convicción personal de que todos los arquetipos tienen pies de barro y que uno puede ser modelado por sí mismo sin patrones a seguir.

Lo que me agradó de Punset es que se filtró por esos huecos inconscientes de mi convicción personal. Se convirtió en un parámetro de verdad ante una insólita apreciación acientífica de la realidad en donde lo que se dice está mejor respaldado por el título universitario de una universidad prestigiosa, que por el peso mismo del argumento. 

Sin darme cuenta se convirtió en el arquetipo de mis verdades, si Punset lo pensaba entonces debía considerarlo. Y así ha sido, aunque conocí poco de su trayectoria, se que es español y que se fue en su niñez a la Gran Bretaña y que es considerado como uno de los promotores más importantes de la felicidad, aunque sólo de eso he visto una explicación sobre la felicidad que sentía su perra al prepararle la comida, pero no al comerla.
La felicidad está en la antesala explicaba Punset.

Es cierto, es imaginación. Una amiga me dijo recientemente amargoso porque le reproché amistosamente que me deseara felicidad. Quizás no le pude explicar que no me gusta vivir en la fantasía, en esa antesala de la realidad en donde uno se imagina más de lo que obtiene, que prefiero la plácida satisfacción de recibir lo que no espero o de no recibir nada y sentirme aún así satisfecho porque tuve derecho a un nuevo día. Algo que Punset ya no tuvo desde el pasado 22 de mayo.

Estoy seguro de que Punset vivía esa satisfacción, no sé si la mencionó verbalmente, pero lo expresaban sus ojos y su lenguaje corporal, tenía todo a pesar del irremediable deterioro de su cuerpo.

Ahora vivirá en la vida de todos de un modo diferente, para mi como el joven más anciano que he conocido.

Otro arquetipo para seguir.

Aunque no viene al caso debo agregar un comentario más: hay muertes que no deberían lamentarse, sino festejarse, principalmente porque la muerte es inevitable.

Así que no se trata de evitar la muerte, sino de llegar al final con realizaciones, objetivos o metas logradas. Me parece que Punset y todos mis arquetipos lo han logrado y por eso me alegro por la vida que tuvieron y porque al final llegaron sin menoscabo.

He descubierto también que el único de mis arquetipos que aun conserva la vida es Daniel Prieto Castillo, a quien le expreso toda mi admiración en el lugar donde esté ahora, por allá en la lejana Sudamérica. 

Comentarios