El mejor consejo que he recibido



La idea, de compartir el mejor consejo jamás recibido, no es mía: la leí recientemente en un artículo de un diario norteamericano y me pareció ideal para este foro.
Dicen que los consejos son muy baratos, por eso mucha gente los regala. Es posible, pero no siempre es así. Hay ocasiones que un buen consejo puede cambiar nuestras vidas y no existe modo de agradecerlo a la persona que nos lo da.
Estoy proponiendo una manera de hacerlo. Si en los comentarios alguien se anima a compartir el mejor consejo que haya recibido y este conmueve mi espíritu lo republicaré en un formato similar al que yo publiqué el mío. Yo daré el crédito a la persona que me lo dio sin avisarle, si algún día se entera, recibirá un doble agradecimiento porque ya lo hice personalmente. Lo curioso es que mi amigo no recordó haberme dado ese consejo.
A veces ocurre, pasan esos eventos intensos en donde alguien hace algo desinteresadamente o de forma inconsciente y cambia la vida de otra persona de forma determinante y para bien.
Esto es el mejor consejo que he recibido:
Ocurrió hace décadas, el consejo me lo dio un familiar político que siempre ha sido sobre todo un buen amigo.
Afrontaba un aparente problema legal de mi negocio que me tenía sumamente preocupado, la ansiedad por lo que pudiera ocurrir me tenía estresado y casi paranoico. Me alteraban las llamadas telefónicas o que tocaran a la puerta, lo que era un contrasentido pues esas llamadas podrían haber sido de clientes nuevos y de oportunidades de crecimiento.
 Una mañana en un desayuno familiar se lo comenté a mi amigo y él me dijo que había leído en un libro de Dale Carnegie que la mejor manera de resolver una preocupación era poniéndose en la peor de las circunstancias y partir de ahí para resolverlo; es decir, imaginarse que haría uno si ocurriera lo peor que podría resultar de ese problema.
Lo hice. Era ignorante y aprehensivo, de modo que me imaginé preso y sin poder ayudar a mi familia. Esa noche visualicé que así ocurriría, entonces me vinieron a la cabeza asuntos que tenía que resolver como nombrar un sustituto para mi empresa, transferir recursos a mi familia y pensar en la forma en que podrían subsistir si yo estaba ausente.
También comprendí que el problema no debía paralizarme y que debía esforzarme más en el negocio para tener más flujo y contar con apoyo legal. Al aceptar la peor de las circunstancias me libró de un enorme peso que cargaba en mis hombros, me volví más previsor, más confiado en las negociaciones porque dejé de temer a la incertidumbre.
Al dejar de estar preocupado me ocupe, consulte a amigos que a su vez tenían conocidos que habían afrontado temas similares y me daban consejos, hasta que llegué a conocer a un especialista que me dio la solución en una comida. En realidad yo no tenía problema alguno, sólo me estaba preocupando de algo que jamás ocurriría.
Pero el consejo me dio tanta energía que pueda asegurar, sin temor a equivocarme que trabaje mejor, mi humor cambió y disfrute más de mi familia cuando acepté que pudiera perder todo.
En el camino he recibido mucha ayuda de muchas personas. Algunos me han dado su consejo de forma desinteresada, otros a cambio de un pago, otros más me han ayudado con su ejemplo o por palabras vertidas al azar, pero gracias a todas estas manos mi vida ha sido mejor y agradezco su apoyo, a veces anónimo.
Sin embargo, el mejor consejo que recibí fue éste que he descrito.

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