Las culturas que nos han salvado explica AMLO


Por décadas hemos escuchado y aceptado que la mejor forma de afrontar los peligros del mundo moderno es la educación. Salir de nuestra ignorancia, prepararnos para poder contar con las herramientas, lenguaje y visiones de la vida necesarios para dar respuesta al futuro que nos llega con la civilización del mundo superior que nos llega obviamente del exterior, porque nuestro mundo ni es civilizado, ni es superior, sino por el contrario, salvaje, ignorante y corrupto.

No podemos negar que estos argumentos tienen una apreciación correcta de la realidad, la civilización humana, entendida en su concepto más abstracto, ha evolucionado y a los individuos nos conviene estar informados de estos avances para obtener provecho de ellos, especialmente en el terreno tecnológico.

Pero detrás de esa máscara de verdad absoluta: “el avance de la civilización del mundo que todos debemos aprender”, se esconde una visión egoísta y jerárquica de la realidad. El mundo sólo es para los que saben y los que saben sólo pueden provenir de escuelas extranjeras, caras -muy caras- ubicadas en un puñado de países,  porque en ellas está la única verdad absoluta y verdadera.

Con unas cuantas palabras, con una visión tan corta, se borra de golpe todo el conocimiento acumulado por milenios del resto de las civilizaciones. Hemos llegado a tal grado de dependencia cultural que cuando se descubre una piedra modificada por las manos de nuestros antepasados, esperamos que esas universidades, de conocimiento excelso, valide su autenticidad y nos explique su significado, porque al parecer los expertos locales saben poco de sus  propios orígenes y los descendientes directos no saben nada.

Pero eso no lo saben, ni lo piensan, las personas que fabrican y tiñen sus textiles con técnicas prehispánicas, las mujeres que cocinan con alimentos locales que fueron seleccionados por antiguas generaciones, cocinadas y sazonadas por la experiencia que vivieron hace miles de años y que trasmitieron sus conocimientos de madres a hijas. Tampoco lo piensa el campesino que predice el clima y la calidad de sus cosechas con solo mirar el cielo y oler los vientos que llegan del norte.


No lo saben, no están enterados que el mundo los desprecia con toda su sabiduría ancestral, simplemente porque no conocen el idioma y sus saberes gracias a ese aislamiento se han conservado, casi de milagro. Pero tarde o temprano estas personas se esfuerzan porque uno de sus hijos, nietos o bisnietos vayan a la escuela, aprendan bien el español y a leer y escribir y puedan así ser mejores personas, persiguiendo el sueño de un polémico progreso.

Es en ese momento cuando a través de ese niño se enteran que sus compatriotas con una preparación mediana pero una visión mediocre les dice que deben avergonzarse de ser quienes son, vestir así y hablar el idioma que hablan, que deben “superarse”, porque son unos “pinches indios que solo saben decir si señor, no señor”



Y entonces comienza el deslave de una cultura milenaria cuyas aportaciones y conocimientos podríamos perder por desdén y nuestra propia ignorancia.

Y esto no ocurre sólo en escuelas públicas de zonas indígenas, sino en todos lados. Cuando era estudiante universitario le comenté a un profesor de sociología que los mexicanos deberíamos estar orgullosos de nuestra cultura milenaria. "¿Cuál cultura? -me contestó burlón- sólo hay unas cuantas piedras en lugares polvosos, eso no es cultura".

En este contexto lo que dice el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, es una luz de esperanza para salvar los tesoros que todavía se conservan. Es tiempo de cambiar la percepción de nosotros mismos y de nuestro lugar en el mundo. 




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