Del celuloide al olvido


Nunca he participado en una cadena. Las detesto. Especialmente las que presagian mala suerte o buscan unir la buena vibra para resolver un problema complejo como el cáncer.

No porque no tenga miedo o no crea que son problemas serios, sino porque las cadenas son como las noches de navidad: por un momento nos sentimos bendecidos por la buena voluntad de la humanidad. 

Cuando pienso así, casi me siento reina de belleza y me dan ganas de lanzarle besos a todo mundo… bueno, quizás no tanto.

El punto es que no les veo sentido a las cadenas, aunque hay algunas que son como un reto mental, que tienen un origen diferente como el de poner en juego tu inteligencia o tu conocimiento. Tampoco las contesto, mi mente está demasiado ofuscada, con oscuros pensamientos existenciales, de modo que no me dan ganas de poner a prueba ni mi inteligencia, ni mis talentos -siempre ausentes, si es que algún día estuvieron presentes-.

Pero hace dos días recibí la propuesta de una cadena, que -aunque al igual que todas no tiene ningún sentido- me llevó a dos días de tristeza y nostalgia. En realidad, la leí porque me invitó, por nombre y apellido, un amigo que respeto mucho, especialmente porque sé que ha leído más libros que los que puedo contar sin perder el hilo de los números, muchos más.

Una persona con esa sabiduría acrecentada no puede proponer una tontería y no lo hizo. Su invitación derivaba en una especie de nostalgia, mucho peor que la que pueden desatar, en mi caso, el recuerdo de libros amados: me proponía participar en una “cadena que consiste en publicar 12 películas que me hayan producido un gran impacto en la vida”.

Así tan sencillo y tan complejo

Cuando lo leí eché la cabeza para atrás y quise recordar las películas que más impacto me habían causado.

Quiero aclarar que, en el terreno de los nombres de libros, como de películas, así como  de autores y de actores, soy un poco parecido a Peña Nieto: “¿Cómo se llama el libro ese donde aparece un águila mocha con un caudillo bigotón que le daban toloache hasta hacerlo un idiota?” Siempre me confundo, sucede que no era ni un libro, ni una película sino un sexenio lamentable de nuestra historia. Bueno pues algo así me pasa con el nombre de las películas.

Hecha la aclaración, regreso al momento en que me recliné en el asiento y, con la cara en paralelo al techo y los ojos cerrados, intenté recordar la película con más impacto me había causado.

Es fácil recordar los acontecimientos que a uno le impactan, especialmente si son visuales, como las películas: Recuerdo el momento en que un hombre caminando al amanecer en una fría playa encuentra justo en el momento en que le tocan los primeros rayos del sol le alcanza la iluminación, un momento mágico que le dio sentido a su vida entera y lo trasformó para siempre.

Recordé también que esa película fui a verla a la cineteca, con ese temor que causaba ir a ver cine de arte en la era de preinternet, cuando había que confiar en la suerte y en el buen criterio de los que armaban la cartelera, que se exhibía de forma marginal en esos recintos.

No puedo olvidar que a la mitad de la película me quería ir, porque lleva decenas de minutos sin comprender nada y que no lo hice porque al decirle eso por primera vez a mi compañera de toda la vida en salas cinematográficas, se sorprendió tanto que me dijo: “Espera un poco más”. Y esperé por ella, cruzando mis brazos y haciendo mohines caprichosos, como si tuviera cinco años -nunca he dejado de tenerlos, por cierto-.

La razón de mi enfado es que no podía entender porqué un viejo amargado obligaba a un joven depresivo a mover sin razón, de un lado a otro, montañas de chatarra de autos viejos y cuando terminaba le pedía que los devolviera a su lugar. No entendía nada, pero además la película se desarrollaba en un país de la Europa Oriental Soviética donde había calles enlodadas y casuchas tristes y oscuras, escenarios que daban un toque más depresivo a la película.

La petición de esperar de mi esposa fue determinante para mi vida entera De pronto todo adquirió sentido, lo absurdo de la película tomó forma en el momento en que me llegó la iluminación, junto con el protagonista de la historia, cuando corría al amanecer en una playa fría y solitaria. 

El sentido adquirió tanta fuerza que el final grotesco, cuando el viejo mata todas las aves del granero, se unta con su sangre y se sube al techo con unas alas metálicas para volar hasta las estrellas, no sólo creí entenderlo, su mensaje me llenó de vida porque logró la conjunción de la metáfora con la esperanza, de lo fantástico con el conocimiento, de lo imperdonable con lo inolvidable.

No soy un crítico de arte, no me importa si la película fue impresionista, expresionista o subacuática. 

No me pongo a analizar el guion, la iluminación ni la interpretación y el carácter de los personajes. 

Para mí, las películas me dan un mensaje o no me lo dan. Por eso puedo disfrutar el mensaje del riesgo de la vanidad de un “Rocky III” o el de vivir con temor al cambio de una película infantil como "Buscando a Nemo”. He aprendido a profundizar en la cultura japonesa antigua con películas como “El Último Samurái” y a polemizar sobre la razón de la existencia con películas como “Antz”

Soy un ignorante irreverente que disfruta por igual de un cuadro de Van Gogh, que de un vino tinto o una taza de café. No quiero entender ni sus tonalidades ni sus tendencias, me gusta o no y hay veces que cosas como éstas me han conmovido en lo más profundo de mi ser, sin detenerme a recordar el nombre del escultor, la etiqueta del vino o la mezcla del café.

Pero precisamente por esa razón, la petición de cadena de películas de mi amigo me llevó a dos días de profunda tristeza. Intenté buscar el nombre de la película: quizás se llamaba "Un viaje a las estrellas" y recuerdo que también había una segunda parte que se llamaba Jonás o el hijo de Jonás.

Ya lo había buscado antes sin resultados. pero ahora me esforcé por encontrar el nombre real de la película y su autor, pero otra vez no encontré nada. Internet es una burbuja limitante que considera que: o hay personajes bíblicos o el cine clásico es de los primeros años de este siglo, de no ser porque también incluye a consagrados por la historia en personajes universales como Charles Chaplin.

En mi intento de buscar otros nombres de películas determinantes en mi vida recordé que las mejores, las que realmente cambiaron mi vida, se dieron en mi adolescencia y temprana juventud (ahora estoy en la tardía), cuando por 15 pesos se podía uno meter a una sala de cine de arte y encontrarse con gratas historias de cine europeo, principalmente italiano y francés.

En la universidad -y en los tiempos- donde estudié se tenía que conocer a Marx para citarlo y obtener buenas calificaciones. Hasta los que no comulgaban con el marxismo lo citaban o lo usaban como argumento. En mi caso no me importó, los Cuadernos de la Cárcel de Gramsci me acompañaban a esas salas oscuras donde los actores vestían con estilo, tomaban buen vino, pero también tenían ideas libertarias y odiaban por igual los males del capitalismo.

Asumí con placer la retórica de un socialismo elegante, con autos deportivos, mujeres hermosas, trajes caros, comidas deliciosas y críticas profundas al sistema, encarnadas por actores cuyo nombre no recuerdo, en historias que no gravé el nombre y en mujeres que amé, pero que ahora sólo son recuerdos exhalados en suspiros. 

Todo ese mundo está olvidado, o al menos en mi mundo burbuja de Google, ya no existe. Aunque tampoco me ayudaron Tor y Duck Duck Go, quizás porque no hay información cuando no sabes hacer las preguntas correctas y yo no las tengo, sólo olvidos en mi memoria.

Lo peor de todo es que no es un olvido absoluto, solo parcial y esto es torturante. Porque si no recordara nada, viviría en una ignorancia feliz, pero tener fracciones de recuerdos y no poderlos hilvanar unos con otros en recursos consistentes de los que emerjan nombres de directores, películas y actores ses una locura, me causa ansiedad y enojo. 

Puedo recordar por ejemplo que en una película entendí el sentido del amor cuando un político dijo que sí a todas las peticiones de sus adversarios porque el protagonista sólo pensaba en su amada mientras los otros combatían con sesudas peticiones. 

O recordar que comprendí que el sentido de justicia no se nubla con la riqueza cuando hay una formación cultural sólida en quienes toman decisiones, que la música barroca puede traducirse en belleza femenina y que su dulzura puede saborearse en una escena llena de naturaleza, sol y desnudez. 

Tampoco olvido como una mujer podía enloquecerme a mí, y al protagonista, al definir a su vulva como el centro del universo.

Me duele recordar sólo el nombre de unas cuantas películas, o mejor dicho de unos cuantos sentimientos: me hastié con La Gran Comilona, me enamoré de la fortaleza de la mujer rusa en Los Girasoles de Rusia, me indigné con Sacco y Vanzetti o comprendí que la mente puede recrear la vida en el dramatismo de una película como Johnny tomó su fusil.

Las historias con sentido, ya sean películas, libros, obras de teatro o de ópera, se filtran a los más profundo de nuestras mentes, generando nuevos esquemas mentales, modelos de pensamiento, ampliando nuestro mundo y definiendo nuestros anhelos. Especialmente las películas que se exhibían en salas oscuras que permitía una especie de intimidad entre los personajes y uno, envueltos en una oscuridad cómplice y protectora. 

Con los recuerdos de libros es más fácil. Uno los compra, se quedan con nosotros, su portada se imprime en nuestra mente, es más difícil olvidarlos o es más fácil recordarlos. Sólo he perdido algunas citas como aquella que me sirvió para amar a los libros que había leído y que luego no sabía que hacer con todo ese conocimiento inútil y de pronto en una frase religiosa, encontré sentido en el más profundo de mi ateísmo: “ningún rayo de sol es inútil en la cosecha del señor”

Quizás aun con el nombre de las películas olvidadas también sea cierta esa frase, pero esa ausencia duele, es como haber amado profundamente a alguien y no poder recordar su nombre completo, su dirección, no saber por lo tanto cómo buscarla.

Una hermosa mujer alguna vez me dijo, a raíz de un accidente vascular, que no le restó ni inteligencia, ni encanto, quizás se lo sumó, que esos olvidos son como si en nuestra biblioteca mental tuviéramos la certeza de recuerdos que al ir al buscarlos sólo se encontraran estantes vacíos. Sus palabras me pesan hoy como placas de acero en mi ánimo. 

Lo peor de todo es que cada vez que veo un amanecer o estoy en silencio en un atardecer recuerdo la iluminación y lamento no recordar el nombre de la película que cambió mi vida.

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