La complejidad que se hilvana en San Mateo del Mar





Cuando uno ve en el mapa la ubicación de San Mateo del Mar, se tiende a pensar que, una pequeña población de oaxaqueños de alrededor de 5 mil habitantes, vive en un sitio paradisíaco.

Este poblado comparte con otras pequeñas poblaciones una franja de tierra, que sobresale entre el mar y una enorme laguna. ¿Qué más podría necesitarse en un lugar así?



Ese paraíso es ficción. Una construcción mental derivada del desconocimiento de lo que ha ocurrido en esa angosta barra de arena en donde un áspero pasado se entremezcla con una brutal actualidad.

Como cualquier historia del hombre, todo comienza con una migración. Los abuelos narran que a principios del siglo XVII  una población proveniente de un lugar -que ahora se conoce como Nicaragua- buscó instalarse en tierras del Istmo de Tehuantepec, tierra ya poblada por Mixes.

La razón de la migración se desconoce, pero no el hecho de que, al final después de varios conflictos, fueron arrinconados en esa barra de tierra frente al mar, de donde deriva el nombre que se le dio a esta población: Huave, que en mixteco significa gente que se pudre en la humedad.

En la actualidad hay pocas referencias a este pueblo pescador, pero éstas son desastrosas: sus vecinos -por conflictos de tierra – les han bloqueado el único acceso por tierra a la civilización.

Pero además, sus habitantes fueron víctimas del reciente terremoto del 2017 que derrumbó casas y cuarteó esperanzas. Incomunicados en un  pasillo arenoso que parecía capaz de tragarse a sí mismos o ser devorados por el océano, los minutos de sismos se hicieron eternos y no se deciden a terminar, se han quedado en esos rinconcitos de la mente donde se anida la incertidumbre al lado de la preocupación.

Por su ubicación no sería una sorpresa que la próxima noticia que se publique en los medios sea la de un cambio radical debido a la construcción del tren Transítsmico.

La imagen utópica de un paraíso entre el mar se desmorona aún más cuando se recorren sus calles.

No hay (como nuestros estereotipos mentales suelen construir) chozas de compuestos orgánicos, la civilización ha llegado con materiales preconstruidos, de modo que sus calles son áridas, grises y polvosas, alineadas por un sol calcinante que no encuentra barreras en la paredes de tabicón y láminas de asbesto o metal, construyen escenarios que ofrecen al ambiente un panorama de pobreza sin pasado, sin lugares de conversación, sin gente retozando en las sombras de alguna vegetación exuberante que uno esperaría encontrar.



En este contexto, un grupo de mujeres produce textiles a la usanza tradicional, con el método de origen prehispánico conocido como telar de cintura. Hilo por hilo, las tejedoras van dando forma a diferentes piezas en donde las mujeres expresan su visión del mundo creando imágenes de conejos, coyotes, mariposas y símbolos propios de su cultura.


La crudeza de sus realidad no se refleja en estos textiles, por el contrario, expresan color, vida, tradición y esperanza. Lo que lo constituye en sí mismo un tributo de estos centros de cultura tradicional hacia la humanidad.

Con la sencillez de  hilos de colores se teje el sueño de un mundo mejor, una visión de mujeres de trabajo, quienes junto con sus ancestros han comprobado que la vida no es fácil, pero no por ello deja de ser hermosa, como lo reflejan sus obras.



En estos tejidos se concreta el pasado, pero también se hilvana el futuro. Cada hilo se teje con dedos de personas que plasman su esperanza de una mejor realidad, de dinero para vivir, comer mejor y educación  para sus hijos.

Por esta razón nosotros, los citadinos alejados de esa realidad, debemos ser muy cuidadosos con el manejo de estos textiles tradicionales, pues jugueteamos con el futuro de personas que sólo cuentan con una fuerte carga cultural para defenderse de los embates de una sociedad concentrada en la economía, en el Retorno de Inversión, en la carnicería despersonalizada de las ganancias egocéntricas.

Una pieza textil como un camino de cama se realiza en dos semanas, una enorme diferencia con  los millares diarios que pueden producirse en un telar robotizado en China.

Por eso los precios son diametralmente diferentes, la producción automatizada puede ser un plagio cultural, la producción en telar de cintura es un tejido hecho por manos expertas que plasman su visión de un mundo diferente, de un espacio atemporal que se concreta en diferentes imágenes que deberíamos aprender a comprender mejor.

Cuando compremos un textil tradicional verifiquemos su origen, no negociemos (regatear) el precio y busquemos la forma de asegurarnos que estamos comprando a la persona que realmente facilita la llegada de recursos a estas comunidades.

En este sentido el papel que hacen asociaciones como Colectivo Oaxaca Cultural es fundamental, gracias a las etiquetas que pone en sus artículos que permite conocer más de estas piezas.


Recordemos que esta asociación no tiene fines de lucro, lo que es una garantía de confianza.

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