Somos incapaces de definir el mal



La idea del diablo es multifacética cada uno tiene una representación del mal en su mente. Si lo vemos desde una perspectiva distante el mal es diferente para todos.

El diablo puede ser, por ejemplo, la personificación de la maldad según las tradiciones religiosas dominantes en la sociedad, pero también un dios no cristiano que los sacerdotes lo descalificaron por no aceptar su verdad de la existencia de un dios “único y verdadero”.

Para los mexicas, que desconocían la existencia de Cristo, sus símbolos posiblemente no era dioses sino representación de valores que perseguían, como es el caso de Huitzilopochtli que fue considerado el dios de la guerra, mientras que algunos mexicanistas aseguran que no era un dios sino un símbolo de la fuerza de voluntad. Sin embargo, todos estos símbolos fueron consideradas deidades demoniacas, que el cristianismo “misericordioso” destruyó, destrozando una visión cultural y reduciendo la perspectiva del mundo.

Para otros el diablo puede ser ahora un nuevo dios, hay quienes lo adoran y le piden milagros.
Para la industria cinematográfica es un gran tipo que logra lo que quiere porque no tiene valores y es sumamente persuasivo.

Dicen que el diablo no existe, pero si se ha creado una palabra (o varias) para definirlo es porque algo representa.  El diablo existe porque es la manera que tenemos los hombres de definir lo que consideramos el mal, una fuerza atrayente que puede atraparnos en sus redes y convertirnos a su causa.

Desde este perspectiva cuando hay acuerdo sobre la maldad del diablo, es porque se ha convertido en una fuerza contraria a la dominante. Es una energía que para unos puede ser buena y para otros perversa. Así como también lo es la misma energía dominante. El diablo es una fuerza alternativa, definida como perversa, por sus adversarios, aunque no lo sea necesariamente.

Es decir, hay ocasiones que somos el diablo para aquel que consideramos que es la personificación del diablo. Somos el diablo de nuestro diablo.

La situación puede ser confusa. De hecho, lo es. No hay una fuerza del mal, a menos que sea definida por alguien como contraria a otra fuerza que consideramos el bien.

De hecho, para algunas corrientes de la filosofía oriental consideran que el mal y el bien son una sola energía en equilibrio.

Pero esto es muy difícil de entender cuando una pandilla de hombres sin escrúpulos roba, secuestra, violan y mata a una familia vulnerable y desprotegida. Y lo es aun más cuando nos enteramos de que las prácticas de tortura son similares entre cuerpos policiacos que quieren obtener una confesión.
Este desequilibrio del mal solo se le puede ver desde una perspectiva histórica y macro, que explique la existencia y razones de ser de pandillas como esa, como ahora se comprenden las invasiones de los Vikingos, cuya conducta no era muy diferente a la de la pandilla.

Pero no es suficiente. Pareciera que debe de existir un mal por naturaleza propia, uno que dañe a la humanidad entera, por ejemplo.

Podríamos pensar que una bestia salvaje que devora hombres, pero la naturaleza nos ha enseñado que esos animales que consideramos bestias son en realidad parte de una delicado equilibrio. La extinción de esas bestias ha provocado un daño ecológico que se ha revertido en nuestra contra.

Pero ese fenómeno quizá nos de una luz. Muchos religiones considera a la naturaleza como parte de la divinidad y hay razones para darle ese atributo, el equilibro de la naturaleza es tan complejo que hace difícil nuestra comprensión, pero visibles sus resultados.

No sé si haya alguien en el planeta que ponga en duda la belleza del equilibrio natural. La naturaleza, la que conocemos es todo: belleza, equilibrio, simetría, complejidad, desarrollo, nacimiento y muerte. Es un conjunto de ciclos simultáneos que armonizan con una misteriosa perfección y que dan por resultado una fascinante belleza que nos hace saludables y nos hace sentir minúsculos y humildes… a algunos.

Si la naturaleza es todo eso podríamos decir entonces que es el bien, porque nos da vida, a nosotros y a muchos seres vivos y por comparación los enemigos de la naturaleza son la representación del mal.
No son otras religiones, ni fuerzas oscuras, el mal va contra la vida, contra la naturaleza y se puede ver en un sujeto que destruye una planta, en un grupo de personas que ensucia un bosque, en una corporación que quiere usar los terrenos para algo productivo, en un país interesado en invadir a otro por interés en sus recursos.

No hay manera de equivocarse, lo único que puede considerarse como la representación del diablo es aquello que va en contra de la naturaleza, porque nos afecta a todos.

Y a partir de ese punto de partida, podemos ver que muchos representantes de ese mal son considerados distinguidos miembros de la sociedad por la riqueza que aportan y por los empleos que generan a costa de la vida del propio planeta. Las grandes corporaciones en búsqueda de la rentabilidad. Pero esta conclusión no está generalizada, muchos piensan lo contrario y que el daño ecológico es un mito que está retrasando el progreso y la riqueza de la humanidad.  

Pero si podemos ser capaces de imaginar una perspectiva mayor, más allá de las fronteras de nuestra galaxia y desde una escala del tiempo medida en millones de años luz, descubrimos que nada es permanente, ni siquiera los planetas que, al no ser eternos, tendrán alguna causa de enfermedad y muerte, para dar espacio a nuevos equilibrios que están más allá de nuestra comprensión.
El poder del diablo es relativo al tamaño del mal que representa.

Visto así podemos concluir que el mal es conceptual, una representación mental, un imagen definida por la capacidad simbólica de nuestra mente, una representación de la realidad, la cual es tan amplia y compleja que nuestra palabras no alcanzan a definirla y, por supuesto, mucho menos comprenderla.
Y si no somos capaces de aprehender el concepto del mal en su totalidad, entonces es una palabra que no es útil usar con ligereza, tal vez ni siquiera con profundidad.

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