La humanidad se mueve
arrastrada por paradigmas, visiones del mundo compartidas por líderes que las
impulsan por razones ocultas que convienen a sus intereses.
Por ejemplo, el brutal
y codicioso saqueo de América, por la corona española en la época de la conquista , se justificó como el
“descubrimiento” de ciudades milenarias, y el rescate de almas que adoraban a
demonios evangelizando a sus habitantes.
Algo similar ocurrió
cuando la libertad del burgués del siglo XVII que se vio reorientada hacia la
exaltación del ego, de modo que al empezar el siglo XIX ya se había construido
el mito de que cualquier persona con esfuerzo y trabajo puede lograr lo que
quiera, un sueño de libertad individual que se tradujo en un consumismo
creciente que permitió la industrialización del mundo y la creación de grandes
corporativos.
Pero esto acabó
también, muy pronto el corporativismo trasmutó en globalización: grandes
corporativos dividieron el mundo en países productores de materias primas,
otros la transformaban y en los menos la creación intelectual y la
administración del mundo.
Por supuesto nadie lo
ve así, este fundamento económico se justifica con un discurso hermoso: el
derrumbe del totalitarismo, la extensión universal del pensamiento liberal que
abre espacios a todas las razas, a todas las versiones de géneros, a todas las
ideologías y “verdades”, a la libertad
de construir países democráticos basados en la única opción del sufragio
universal que respete la propiedad privada y que disminuya el poder del estado
y su presencia en la educación, la salud y el control de sus riquezas
naturales.
Con este discurso
imposible de cuestionar, a menos que no le importe que le califiquen como
fascista, se oculta la realidad oscura de gigantescos conglomerados
empresariales que explotan los recursos del planeta sin importarles el cambio
climático, que fabrican productos en serie en sistemas “liberales” de
esclavitud y que privatizan hasta los bosques y el agua de lluvia y que han
propiciado que el 1% de la humanidad concentre la mitad del patrimonio del
mundo.
Se que mis argumentos
son increíbles, pero no nadie necesita creerlo ya, la globalización está
cayendo por sí misma, como resultado de sus propias contradicciones, incluso en
el mismo eje donde fue creada. Estados Unidos ahora encabeza la ideología del
racismo, de la exclusión de lo diferente, del crecimiento a costa de los demás,
de un localismo exacerbante que amenaza a cualquier extraño.
El mundo está
cambiando aceleradamente hacia un nuevo paradigma que aun no entendemos del
todo, pero que ante nuestros ojos vemos como se construyen muros, se pierden
los derechos individuales y el derecho a un internet libre. Estamos ante el
umbral de una era de oscurantismo en donde todo lo que se había ganado, aunque hayan
sido falacias, está en riesgo de perderse.
Ante esta tendencia ¿Qué
nos corresponde a los que no somos líderes de un país que se ha entregado a los
paradigmas dominantes?
La repuesta está en la
pasión de colibrí:
Luchar por la tierra
que nos da la vida es lo única opción que parece digna, aunque se trate de una
contribución microscópica. Las diminutas gotas del pico de colibrí son una
fuente de inspiración, para hacer lo que se pueda hacer, trabajar en el terreno
de lo posible, es decir, hacer política, porque como dicen los clásicos, la
política es el arte de lo posible.
Lo que ocurre desde
una perspectiva amplia -cuando uno contempla la historia de la humanidad- lo
que se ve es sólo superficial, es lo único que de lo que se habla en los nodos de
comunicación importantes porque el discurso dominante.
Pero las sociedades,
en cualquier momento de la historia, no tienen un solo modo de pensar, una sola
visión del mundo. Existe un conglomerado de modos de ver el mundo, donde sólo
una es dominante, pero hay otras visiones del mundo que son capaces de crear
microcosmos en las cuales la vida se hace posible
Comentarios