La tierra donde se asienta nuestro país es más generosa que las ambiciones de personas en posiciones clave que no les ha alcanzado la vida para satisfacerlas.
Generaciones la han explotado y mueren sin terminar con sus recursos, pero vienen nuevas, con más ambiciones para continuar con esta extracción continua que lleva cientos de años ejecutándose sin que la tierra deje de dar.
Petróleo, minería, frutos, vegetales, maderas e incluso mano de obra, se explotan sin cansancio y la tierra sigue dando sin parar a manos llenas, aunque los límites del agotamiento ya parecen cercanos. Los bosques se reducen, el petróleo se busca cada vez en niveles más profundos y la agricultura se ha vuelto contaminante y destructiva.
Tratamos a la naturaleza esperando todo ella, confiando en la tecnología y en la ciencia para explotarla más en nombre del progreso económico y sin pensar que esta vapuleada naturaleza es superior a nuestro conocimiento pretendidamente científico.
Nada parece detener este despojo que a pesar de las riquezas extraídas mantiene a la población en niveles de pobreza, contradiciendo los mismos argumentos por los que se extrae esta riqueza. Y no se ve a corto plazo una manera de que esto se vaya a acabar.
Pero la última frontera no está en naturaleza, sino en el conocimiento que las generaciones anteriores han conservado en su idioma, su visión del mundo y posiblemente información resguardada con celo discreto de la “civilización”
La ignorancia de los llamados indígenas y de la que tanto nos quejamos los “civilizados” ha sido el mejor muro para proteger este conocimiento gracias al poco interés por cambiar su mundo.
La esperanza es que llegue el momento -antes de que el saqueo sea absoluto- de que comprendamos que ese conocimiento podrá rescatarnos de la caída libre de la destrucción de nuestro entorno y de nuestra propia calidad de vida en el que nos la vida moderna nos ha precipitado.
Ese conocimiento ve el entorno de una manera diferente, con más respeto y aprecio. Los bosques de encino, tzalam o chechén crecerían otra vez para reflejar nuestra personalidad , los ríos albergarían de nuevo aguas limpias, los sitios recuperarían su identidad y la visión del mundo no estaría orientada al dinero sino a la comprensión de nuestro universo.
Si, de esos indígenas chilapastrosos patarrajada que tanto despreciamos son los guardianes de un conocimiento que aun no somos capaces de valorar.
Pero el tiempo se acaba, el riesgo más grande es que los mismos indígenas sean los que empiecen a despreciar sus propios conocimientos y tomen los valores de la civilización de un modo comprensible pero peligroso para nuestro futuro.
En algunos casos la comunicación está rota, quizá en la mayoría y las personas que aparentan tener un interés por protección parecen más enemigos que amigos. Todo indica que no estamos listos aun para rescatar ese tesoro.
Esperemos que el tiempo no se agote
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