Un inmigrante ilegal que provenía de un país tan subdesarrollado como el nuestro, llegó –después de ser asaltado-a la Ciudad de México sin dinero y con la esperanza de reunir aquí un poco para continuar su viaje a los Estados Unidos.
Empezó a lavar coches en las calles, para poder hacerlo tuvo que liarse a golpes en varias ocasiones con los “vieneviene” locales que ya tenían repartido todos los espacios posibles. Con el magro dinero que ganaba pudo rentar una habitación, comer y pagar las “cuotas” a los líderes dueños de las calles.
Muy pronto se dio cuenta que no ganaría lo suficiente para reunir más dinero y salir de allí. Esto le parecía inaceptable pues sus planes habían sido establecerse para luego traer a su esposa y a su pequeño hijo que había dejado en su tierra natal.
Así que decidió ahorrar. Revisó sus gastos y concluyó que sólo ahorraría si comía una vez al día. La decisión estaba tomada, pero el hambre no la entendía, así que para engañarla dejó endurecer unos bolillos que chupaba sin comer cuando la abstinencia era insoportable.
Reunió unos pesos, pero reflexionaba a diario sobre el tiempo que tardaría si sólo ahorraba esa cantidad. Indagó con sus “líderes” de la calle el costo de poner un puesto de comida en una calle transitada. Examinó con detalle los costos de los implementos necesarios caminando a diario por las calles del centro de la ciudad para ver si encontraba un mejor precio.
Cuando ahorró todo, pagó las cuotas e instaló su puesto nada menos que en una esquina de Insurgentes. Él no tenía mucha experiencia en preparar comida de su tierra natal, pero preguntando a paisanos y señoras que cocinaban logró preparar unas extrañas empanadas que a la gente le gustó. El dinero empezó a caer.
La solución a su vida había llegado de manera inesperada, pronto pudo traer a su familia a una casa digna, abandonó el sueño americano por uno mexicano, ahora es dueño de un restaurante de lujo, su esposa va a clínicas de rejuvenecimiento y su hijo estudia en una costosa universidad de paga.
¿Cómo inyectar esta energía a todos los que piden dinero sin esperanza en las calles, a los que -totalmente deprimidos- se sientan en su sala, abrumados por falta de empleo? Si queremos que nuestra sociedad cambie, esta es una pregunta que deberíamos empezar a responder todos. No importa que partido político gane en las próximas elecciones, nuestro entorno no va a cambiar en tanto todos no lo decidamos.
Empezó a lavar coches en las calles, para poder hacerlo tuvo que liarse a golpes en varias ocasiones con los “vieneviene” locales que ya tenían repartido todos los espacios posibles. Con el magro dinero que ganaba pudo rentar una habitación, comer y pagar las “cuotas” a los líderes dueños de las calles.
Muy pronto se dio cuenta que no ganaría lo suficiente para reunir más dinero y salir de allí. Esto le parecía inaceptable pues sus planes habían sido establecerse para luego traer a su esposa y a su pequeño hijo que había dejado en su tierra natal.
Así que decidió ahorrar. Revisó sus gastos y concluyó que sólo ahorraría si comía una vez al día. La decisión estaba tomada, pero el hambre no la entendía, así que para engañarla dejó endurecer unos bolillos que chupaba sin comer cuando la abstinencia era insoportable.
Reunió unos pesos, pero reflexionaba a diario sobre el tiempo que tardaría si sólo ahorraba esa cantidad. Indagó con sus “líderes” de la calle el costo de poner un puesto de comida en una calle transitada. Examinó con detalle los costos de los implementos necesarios caminando a diario por las calles del centro de la ciudad para ver si encontraba un mejor precio.
Cuando ahorró todo, pagó las cuotas e instaló su puesto nada menos que en una esquina de Insurgentes. Él no tenía mucha experiencia en preparar comida de su tierra natal, pero preguntando a paisanos y señoras que cocinaban logró preparar unas extrañas empanadas que a la gente le gustó. El dinero empezó a caer.
La solución a su vida había llegado de manera inesperada, pronto pudo traer a su familia a una casa digna, abandonó el sueño americano por uno mexicano, ahora es dueño de un restaurante de lujo, su esposa va a clínicas de rejuvenecimiento y su hijo estudia en una costosa universidad de paga.
¿Cómo inyectar esta energía a todos los que piden dinero sin esperanza en las calles, a los que -totalmente deprimidos- se sientan en su sala, abrumados por falta de empleo? Si queremos que nuestra sociedad cambie, esta es una pregunta que deberíamos empezar a responder todos. No importa que partido político gane en las próximas elecciones, nuestro entorno no va a cambiar en tanto todos no lo decidamos.
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