“Perdóname, creí que eras estúpido.” Con estas palabras empezó un diálogo con el gerente de ventas de una empresa que yo dirigí hace algunos años.
-“¿Por qué me dices esto?”, le pregunté un poco molesto
-“Siempre pensé que muchas cosas que debían corregirse en esta empresa, no se hacían por tu falta de decisión, o porque no querías darte cuenta o simplemente porque eras tan estúpido que no sabías como hacerlo”
El gerente se detuvo unos instante para ver mi reacción. Sin decir palabra le señalé cortésmente la silla para que siguiera hablando. En realidad mi sangre hervía, pero me mantuve controlado y le invité a continuar con una sonrisa.
-“Después de dos años en este puesto, estoy entendiendo que lo que pensaba que se debía arreglar sólo con una orden tuya no es nada fácil y que te subestimé, por eso vengo a disculparme”
Como buen chilango que soy, desconfié más del halago que de la agresión, así que le pregunté ¿De qué exactamente estás hablando?
-“De nada en especial –contestó buscando empatía en sus palabras-, de la forma en cómo has tolerado nuestras áreas de oportunidad (en esa empresa le decíamos así a los errores) y de la forma en cómo has sido intolerante con personas cuyas fallas no me han parecido tan importantes. Nunca lo había entendido hasta hoy, me parece que ahora te comprendo y vengo a darte mi apoyo”
El gerente de ventas había sido muy rebelde desde que lo conocí. Empezó como redactor, ascendió a periodista y se volvió muy crítico, tanto de la industria, como de lo que ocurría en la empresa. En una junta lo reté invitándolo a convertirse en vendedor, duplicándole el sueldo, para demostrarnos lo que pensaba respecto al valor de los clientes. Por supuesto aceptó, pero no dejó de ser crítico, quería aplicar sus propios descuentos y defendía casi a muerte la opinión de sus clientes. Sufrió al menos seis meses en asimilar que no era lo mismo ser atendido por una agencia de relaciones públicas que por el área de mercadotecnia de las empresas, pero jamás vi en su actitud una señal de abandonar el reto.
Cuando lo ascendí a gerente de ventas, todos en la empresa pensaron que yo había perdido la razón. Ese día, una guapa vendedora a la que todos apostaban que sería la gerente entró a mi oficina, sin ocultar su berrinche, a reclamarme: “¿Por qué a él, si siempre te cuestiona?” me preguntó a bocajarro. “Porque siempre dice la verdad, piensa más en el cliente que en sus propios intereses y a pesar de eso hace lo que le pedimos” le respondí sin dejar de mirarla a los ojos. Ella sabía que no tenía esas cualidades.
Estos antecedentes explican la sorpresa que tuve al escuchar que esta persona me expresaba su apoyo, ¿la razón? Salimos de una crisis agónica de la industria gracias la creación, discusión y puesta en práctica de nuestra visión, misión y valores. Cada semana nos sentábamos a discutir lo que sí y lo que no queríamos ser y hacer. Estas sesiones nos unieron a todos los colaboradores y de modo casi mágico el desaliento se convirtió en compromiso, los temores en retos, las negativas en ventas, a tal grado que a la mitad de la crisis económica nosotros no sólo habíamos asegurado la supervivencia, sino que incluso estábamos más fortalecidos, listos para otra fase de crecimiento.
Sin embargo, en esas reuniones nos dimos cuenta que para cada uno de nosotros no era nada fácil ser consistentes entre lo que decíamos y hacíamos. Y que cuando había un error había que señalar las causas, sin encarnizarnos jamás con los culpables. Pero que cuando éstos eran propiciados por la deshonestidad y las malas intenciones, no podía haber tolerancia
Disfruté la conversación unos minutos, pero inmediatamente una sombra de preocupación invadió mi pensamiento:
-“Pero no quiero incondicionales, tus críticas me ayudan siempre a pensar en lo que hacemos” –le dije con candidez
El gerente de ventas soltó una carcajada y me dijo con mucho esfuerzo para hacerlo en voz baja:
-“Sí, lo sé. Esta confesión te la hago en privado y espero que nadie se entere”.
Se retiró sin perder la sonrisa.
Todo esto lo escribo porque he leído con mucha atención la nota de la columnista del Financial Times, Lucy Kellaway, “Amor no correspondido e imbecilidad empresarial”, me dan ganas de estar de acuerdo con ella, es más me parece que tiene la razón, pero quizás podría ser un poco precipitado descalificar las medidas como ella lo hace.
Aunque de cualquier modo, a los directores generales les hace mucho bien que alguien les recuerde que a menudo sus decisiones parecen las de un imbécil.
Fuente vía soyvivic
-“¿Por qué me dices esto?”, le pregunté un poco molesto
-“Siempre pensé que muchas cosas que debían corregirse en esta empresa, no se hacían por tu falta de decisión, o porque no querías darte cuenta o simplemente porque eras tan estúpido que no sabías como hacerlo”
El gerente se detuvo unos instante para ver mi reacción. Sin decir palabra le señalé cortésmente la silla para que siguiera hablando. En realidad mi sangre hervía, pero me mantuve controlado y le invité a continuar con una sonrisa.
-“Después de dos años en este puesto, estoy entendiendo que lo que pensaba que se debía arreglar sólo con una orden tuya no es nada fácil y que te subestimé, por eso vengo a disculparme”
Como buen chilango que soy, desconfié más del halago que de la agresión, así que le pregunté ¿De qué exactamente estás hablando?
-“De nada en especial –contestó buscando empatía en sus palabras-, de la forma en cómo has tolerado nuestras áreas de oportunidad (en esa empresa le decíamos así a los errores) y de la forma en cómo has sido intolerante con personas cuyas fallas no me han parecido tan importantes. Nunca lo había entendido hasta hoy, me parece que ahora te comprendo y vengo a darte mi apoyo”
El gerente de ventas había sido muy rebelde desde que lo conocí. Empezó como redactor, ascendió a periodista y se volvió muy crítico, tanto de la industria, como de lo que ocurría en la empresa. En una junta lo reté invitándolo a convertirse en vendedor, duplicándole el sueldo, para demostrarnos lo que pensaba respecto al valor de los clientes. Por supuesto aceptó, pero no dejó de ser crítico, quería aplicar sus propios descuentos y defendía casi a muerte la opinión de sus clientes. Sufrió al menos seis meses en asimilar que no era lo mismo ser atendido por una agencia de relaciones públicas que por el área de mercadotecnia de las empresas, pero jamás vi en su actitud una señal de abandonar el reto.
Cuando lo ascendí a gerente de ventas, todos en la empresa pensaron que yo había perdido la razón. Ese día, una guapa vendedora a la que todos apostaban que sería la gerente entró a mi oficina, sin ocultar su berrinche, a reclamarme: “¿Por qué a él, si siempre te cuestiona?” me preguntó a bocajarro. “Porque siempre dice la verdad, piensa más en el cliente que en sus propios intereses y a pesar de eso hace lo que le pedimos” le respondí sin dejar de mirarla a los ojos. Ella sabía que no tenía esas cualidades.
Estos antecedentes explican la sorpresa que tuve al escuchar que esta persona me expresaba su apoyo, ¿la razón? Salimos de una crisis agónica de la industria gracias la creación, discusión y puesta en práctica de nuestra visión, misión y valores. Cada semana nos sentábamos a discutir lo que sí y lo que no queríamos ser y hacer. Estas sesiones nos unieron a todos los colaboradores y de modo casi mágico el desaliento se convirtió en compromiso, los temores en retos, las negativas en ventas, a tal grado que a la mitad de la crisis económica nosotros no sólo habíamos asegurado la supervivencia, sino que incluso estábamos más fortalecidos, listos para otra fase de crecimiento.
Sin embargo, en esas reuniones nos dimos cuenta que para cada uno de nosotros no era nada fácil ser consistentes entre lo que decíamos y hacíamos. Y que cuando había un error había que señalar las causas, sin encarnizarnos jamás con los culpables. Pero que cuando éstos eran propiciados por la deshonestidad y las malas intenciones, no podía haber tolerancia
Disfruté la conversación unos minutos, pero inmediatamente una sombra de preocupación invadió mi pensamiento:
-“Pero no quiero incondicionales, tus críticas me ayudan siempre a pensar en lo que hacemos” –le dije con candidez
El gerente de ventas soltó una carcajada y me dijo con mucho esfuerzo para hacerlo en voz baja:
-“Sí, lo sé. Esta confesión te la hago en privado y espero que nadie se entere”.
Se retiró sin perder la sonrisa.
Todo esto lo escribo porque he leído con mucha atención la nota de la columnista del Financial Times, Lucy Kellaway, “Amor no correspondido e imbecilidad empresarial”, me dan ganas de estar de acuerdo con ella, es más me parece que tiene la razón, pero quizás podría ser un poco precipitado descalificar las medidas como ella lo hace.
Aunque de cualquier modo, a los directores generales les hace mucho bien que alguien les recuerde que a menudo sus decisiones parecen las de un imbécil.
Fuente vía soyvivic
Comentarios