Ciudades suicidas

El domingo por la tarde tuve la tonta ocurrencia de planear ir al cine a una plaza comercial. El temor a las lluvias me impulsó a hacer cola en la entrada, buscar desesperadamente un lugar para estacionarme y llegar a la taquilla para que me dijeran que no había boletos en el horario que quería. ¿De qué sirven tantas salas si sólo pasan una película que no quiero ver?

Ante tal frustración, decidimos pasear un poco por las tiendas departamentales. Así caímos en el área de muebles donde me aterré con precios de cocinetas de 20 mil dólares y sillas de comedor de más de 400 dólares.
-“¿Para quién son estos muebles?” –le pregunté a mi cómplice. Obviamente preguntas tontas provocan respuestas similares. Ella con toda paciencia susurró: “Son para ricos”.
-“Si claro que son para ricos, pero yo pregunto ¿a dónde están los muebles que quepan en los minúsculos departamentos que ahora construyen y que debes ganar al menos como una familia de clase media alta para poder tener acceso a sus créditos? ¿Estas tiendas no son para clase media alta?
-“No, esas tiendas son otras- me dijo ella

Ya conocía esas otras tiendas, no muchas, pero las he visitado en varias ocasiones y sus muebles son muy parecidos a los de los ricos, al menos conceptualmente: “aspiracionales”, es decir, no son para ricos, pero se asemejan un poco. Precios accesibles, pero que sumados a la compra del departamento, los muebles, el auto y las colegiaturas, consumen toda la vida, como de hecho ocurre con millones de personas que viven aspirando un nivel de vida que nunca se alcanza.

Obviamente mi experiencia en este campo es muy corta para generalizar, pero suficiente para hacerme sentir bastante mal: desde hace semanas me vengo preguntando lo que nosotros mismos como sociedad estamos haciendo con nuestras vidas.

La mayoría de los latinos vivimos en ciudades llenas de autos, algunas rebosadas de ambulantes, con departamentos cada vez más pequeños y costosos, con muebles que no caben; vamos todos a los mismos lugares a divertirnos, para saturarnos de tráfico, colas de gente y servicios “uniformados”. ¿Es esto sano?

Las ciudades han sido por cientos de años atractivas porque son magníficos lugares para encontrar trabajo, esparcimiento y sociabilización. Urbanizarse es por decirlo de algún modo culturizarse o mejor dicho modernizarse. De hecho hay estudios que indican que la innovación crece en las ciudades.

Sin embargo, no todo es bueno en las ciudades, de acuerdo con este estudio de la Universidad de Michigan, los humanos necesitamos dejar descansar nuestro cerebro de la saturación de la información que recibimos en las ciudades y para esto son los parques y bosques. Al menos tener una vista desde tu casa con árboles te ayuda a relajar tu cerebro y a estabilizarlo para poder estar en un mejor estado de salud mental, mejorar nuestra concentración, resolver mejor nuestros problemas y ser más productivo.

¿Desde dónde vives tienes una vista de árboles o caminas regularmente en parques bien diseñados que te permitan disfrutar de la naturaleza? Si es así, felicidades, te encuentras en el mejor de los mundos posibles, al igual que lo hacen los habitantes de ciudades del primer mundo.

Pero si eres parte de los millones de citadinos que subsisten entre paredes de hormigón, metal, monoxido de carbono, basura y luces artificiales, lo más probable es que hayas perdido una enorme capacidad de concentración y que sumado a la de todos se explique porque vivimos en una especie de círculo vicioso que impide que nos demos cuenta de nuestro suicida estilo de vida. De nada sirven las largas horas de trabajo y las costosas escuelas, si nuestros cerebros no funcionan adecuadamente.

Las ciudades de los países desarrollados ya lo resolvieron. Es más, es posible que nunca hayan afrontado el problema que nosotros estamos viviendo. Su historia es diferente, un clima adverso les enseñó a cuidar mejor su medio ambiente. Pero nuestro caso no es así. El clima benigno, la capacidad de nuestras plantas de reverdecer durante todo el año, ha hecho que menospreciemos la naturaleza y ahora pagamos el precio de no cuidarla.

Quizás no sea demasiado tarde para recuperar nuestra calidad de vida, pero esto no sólo depende del partido político que gobierne o de la conciencia de las marcas por volverse ecológicas, empieza con la acción del ciudadano al cuidar su propio entorno. No podemos pedir lo que no somos capaces de dar. ¿Qué tan verde es tu propio entorno?

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