Existe una perversa asociación entre mentiras y ventas. La creencia de que su combinación lleva al éxito la hace muy contagiosa. Reside en la mente de cualquiera, sin importar sus grados de estudios. La he visto en muchas personas dedicadas a la profesión de la persuasión: en el popular merolico que con sus llamativas charlatanerías se rodea de ingenuos, hasta en el director comercial de una poderosa empresa de talla mundial, con varios posgrados en su currículo. Ni que decir de los políticos y sus lamentables discursos.
La mentira es muy popular porque publicada con los recursos emocionales adecuados es rápidamente aceptada por la mayor parte de la gente, debido básicamente a que todo el mundo, hasta los más racionales, tomamos decisiones basados en la emoción y no en la razón. Estamos muy dispuestos a aceptar aquello que nos haga sentir bien y ratifique nuestro modo de pensar o de actuar.
Sin embargo el problema con la mentira es que si bien se logra la venta inmediata, a la larga se pierde en reputación. Es una herramienta para alcanzar resultados en corto plazo, pero a la larga de daña la imagen del producto. Si esto posiblemente no le importe al merolico que sólo tendrá que cambiar de ubicación para seguir cazando incautos, sí les tendría que preocupar a los propietarios de las marcas, cuyos ejecutivos de ventas, presionados por los resultados trimestrales, pueden poner en riesgo el prestigio de la marca.
Desasociar la mentira de los resultados de venta es una tarea difícil. Está tan arraigada que incluso forma parte de muchas de las conversaciones de la vida cotidiana. Mucha gente cree que es conveniente mentir en las entrevistas de trabajo, en las solicitudes de crédito, en los exámenes de admisión escolares e incluso a sus prospectos de pareja, con la justificación de que se “están vendiendo”. Pero es sólo una ilusión. ¿De qué sirve ser contratado de un empleo que se perderá por ineptitud en unas semanas, obtener un crédito que no se puede pagar, inscribirse a una escuela sin el conocimiento para entender sus enseñanzas o tener una pareja que termine en unos meses totalmente decepcionada de nosotros?
Al final de cuentas es un logro que se convierte en fracaso. Lo contrario que hacen las personas exitosas que encuentran la sabiduría para sumar sus fracasos como una fórmula para alcanzar el éxito.
La mentira es muy popular porque publicada con los recursos emocionales adecuados es rápidamente aceptada por la mayor parte de la gente, debido básicamente a que todo el mundo, hasta los más racionales, tomamos decisiones basados en la emoción y no en la razón. Estamos muy dispuestos a aceptar aquello que nos haga sentir bien y ratifique nuestro modo de pensar o de actuar.
Sin embargo el problema con la mentira es que si bien se logra la venta inmediata, a la larga se pierde en reputación. Es una herramienta para alcanzar resultados en corto plazo, pero a la larga de daña la imagen del producto. Si esto posiblemente no le importe al merolico que sólo tendrá que cambiar de ubicación para seguir cazando incautos, sí les tendría que preocupar a los propietarios de las marcas, cuyos ejecutivos de ventas, presionados por los resultados trimestrales, pueden poner en riesgo el prestigio de la marca.
Desasociar la mentira de los resultados de venta es una tarea difícil. Está tan arraigada que incluso forma parte de muchas de las conversaciones de la vida cotidiana. Mucha gente cree que es conveniente mentir en las entrevistas de trabajo, en las solicitudes de crédito, en los exámenes de admisión escolares e incluso a sus prospectos de pareja, con la justificación de que se “están vendiendo”. Pero es sólo una ilusión. ¿De qué sirve ser contratado de un empleo que se perderá por ineptitud en unas semanas, obtener un crédito que no se puede pagar, inscribirse a una escuela sin el conocimiento para entender sus enseñanzas o tener una pareja que termine en unos meses totalmente decepcionada de nosotros?
Al final de cuentas es un logro que se convierte en fracaso. Lo contrario que hacen las personas exitosas que encuentran la sabiduría para sumar sus fracasos como una fórmula para alcanzar el éxito.
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