El impacto en el pensamiento alternativo por la caída del muro de Berlín

A 20 años de distancia es posible hablar con mucha mayor claridad y certidumbre de este fenómeno social que sin duda impactó a muchos más de lo que creemos. Sé por viva voz que para muchos jóvenes europeos este suceso marcó su vida y sus vocaciones profesionales; esto suena natural, pero no deja de ser sorprendente que el estruendo y la polvareda provocados por la caída del muro de Berlín también llegaran a latitudes tan lejanas como las nuestras.

Recuerdo como si fuera ayer como ese día interrumpí mi clase de teoría de la comunicación en la carrera de diseño de la UAM. Coloqué por última vez, mi gis en el borde del pizarrón y les dije a todos con una profunda decepción que se podían ir temprano a casa. La algarabía que provocó mi interrupción no me sorprendió, estaba harto de hablarles de la intencionalidad del perceptor y como influía en la complicidad con la comunicación autoritaria, o bien como podría ser la semilla del cambio. Mis ideas sobre comunicación alternativa que había acariciado y difundido por más de 10 años en dos universidades públicas, no le interesaban a una apática e incrédula generación X y tampoco causaban ninguna impresión en mis compañeros y ex profesores marxistas. Recuerdo también que llegué a las oficinas de la academia universitaria, buscando una explicación inteligente al fenómeno, pero aun cuando llevaban años criticando a la administración soviética, sus explicaciones no cambiaron en lo fundamental, aun cuando era obvio que la visión marxista ortodoxa en las ciencias sociales se estaba desmoronando como el muro de Berlín. Quizá no es exacto en fechas, pero ese día tomé la dolorosa decisión de renunciar a tranquila pero apasionante vida de la investigación y la academia.

A los muy jóvenes tengo que explicarles que los de nuestra generación, la previa a la X, crecimos bajo la sombra de una filosofía unívoca del mundo. Existía en la gente la convicción de que había una sola religión, un solo dios, un partido político (el PRI), una sola televisora (Televisa) un solo informador (Jacobo Zabludovzky). Había también un solo tipo de mercado, un consumidor masivo y una poderosa maquinaria de producción en serie que facilitó el crecimiento de los grandes corporativos.

En la universidad pública, la cuna de la pluralidad, se padecía de la misma enfermedad: había una sola verdad científica en las ciencias sociales: el marxismo.

La mayor parte de la generación de mis padres vivía aterrada bajo las premisas únicas y verdaderas, había que ir a misa todos los domingos, votar por el PRI, creer en lo que decía Jacobo y aceptar sin dudas que las negociaciones del líder eterno de los trabajadores, Fidel Velázquez, realmente beneficiaban a los trabajadores.

Por supuesto la pluralidad de pensamientos se desbordaba oculta y tímidamente por todas partes. No eran pocos los que demostraban que la realidad unívoca no existía, aun a pesar de que los callaban con balas de ametralladoras como había pasado en el 68 y en sucesos posteriores.

Curiosamente quienes vivieron como jóvenes este acontecimiento mostraron que sólo se rebelaban ante la autoridad, pero con un pensamiento unívoco, una especie de choque de trenes de dos ideologías incompatibles, que aunque cuestionable fue el inicio de un cambio que muchos tardamos en comprender.

A los de nuestra generación, más jóvenes que la de los jóvenes del 68, nos tocó estar en medio de dos mundos, la de los rebeldes convencidos de su verdad y la de los despreocupados y cínicos de la generación X.

De cualquier forma, para todas las generaciones, el significado simbólico de la caída del muro de Berlín, lo reconozcamos o no, provocó que muchos cayéramos en una profunda crisis, a la que algunos les gusto definir como la era de la muerte de las ideologías. Irónicamente gracias a la apatía y el desinterés de la gente de la generación X muchos aprendimos a sobrevivir, ellos nos mostraron que se podía vivir sin convicciones, con un pensamiento pragmático y de corto plazo.

Si el desarrollo de internet y de la computación distribuida se debió a la búsqueda de una solución a un ataque a las instalaciones centrales de cómputo en la era de la guerra fría, con la caída del muro, la idea floreció en el mundo libre de ideologías autoritarias, primero en las universidades, luego en los negocios y finalmente en las personas.

La muerte de las ideologías fue, desde mi punto de vista, un elemento importante en este florecimiento, la gente estaba lista para observar más allá de los dictados informativos de los medios de comunicación masiva, estaba lista para escuchar a los demás, para conocer lo que se hacía en otras latitudes.

Para mí los resultados han sido espléndidos. Aunque la teoría de la comunicación alternativa no prosperó con mis conceptos en la universidad, si la vi practicarse en la realidad. Primero en el mundo de los negocios, luego el mundo de estándares abiertos de las computadoras personales, más tarde la conectividad, los grupos de trabajo, el advenimiento del internet, el surgimiento de la www, el nacimiento del mundo virtual con los sitios web que rompieron fronteras físicas y culturales, y ahora las redes sociales que han derivado en un consumidor que detenta poder para permitir o impedir el desarrollo de marcas, productos y servicios.

El mundo de hoy está lleno de posibilidades, las alternativas son múltiples, la decisión está en los individuos. La comunicación ya no es masiva si no multidireccional. 20 años han pasado y el florecimiento parece no tener freno.

En ocasiones me molesto un poco porque aun hay gente que cree en los noticieros de las televisoras, que reacciona con las propagandas del miedo, que espera que los corporativos le resuelvan toda su vida. Pero cuando recuerdo que el conocimiento en la humanidad se da de forma desigual y que eso es precisamente una muestra de que el mundo necesita de la pluralidad, entonces creo que, a pesar de todo, vamos por buen camino.

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