La duda planteada sobre la supervivencia del periodismo comercial es en cierto modo preocupante para los que hacen uso de la mercadotecnia -que es casi todo mundo-.
La mercadotecnia necesita de la atención de su público para lograr sus objetivos. Sin ella, no llegaría a ninguna parte. Por esta razón se inventan cada vez más modos de captar la atención. Como al público le interesa el contenido, y no necesariamente la mercancía o los servicios que los patrocinan, ha surgido desde hace algunos años una inclinación por promover productos y servicios dentro del contenido.
Así cada vez vemos más anuncios en los programas de entretenimiento, infomerciales en las revistas y hasta libros financiados por patrocinadores. Hasta ahí la mercadotecnia está haciendo lo suyo y las consecuencias son limitadas, quizá un programa pueda perder éxito o una revista pueda convertirse en “fastidiosa” para sus lectores. Pero esa es la vida de los mensajes patrocinados. No hay mucho que agregar.
Pero ¿qué pasa cuando en un noticiario de televisión se promueve sin tapujos un producto o en una revista especializada en tecnología -obligada al análisis- se escriben sólo loas y alabanzas para un anunciante?
De entrada y en proporción a la credibilidad de cada medio, las ventas del anunciante se van a disparar. El lector confiará en la información presentada con cínica “objetividad” y se tragará el anzuelo. Probablemente pasará tiempo para que se dé cuenta del engaño. Este éxito a corto plazo ha provocado que muchos propietarios de medios caigan en la tentación y decidan convertirse en publicistas entusiastas.
El asunto empieza a ser preocupante en el momento en que esta decisión se convierte en una práctica generalizada. Cuando esto ocurre la industria editorial se desprestigia y cae en un círculo vicioso que la lleva a una crisis, primero de credibilidad y luego, económica.
Es obvio que los únicos que pueden evitar esta catástrofe son los mismos que la propician: los mercadólogos. La ganancia a corto plazo les lleva a un escenario en donde no cuentan con medios que, con objetividad y análisis, hagan un recuento de sus logros y beneficios reales
Presionar y corromper a los medios para imponer una línea editorial es para las empresas anunciantes jugar a la ruleta rusa: es cuestión de tiempo para que la bala explote en su cabeza.
La mercadotecnia necesita de la atención de su público para lograr sus objetivos. Sin ella, no llegaría a ninguna parte. Por esta razón se inventan cada vez más modos de captar la atención. Como al público le interesa el contenido, y no necesariamente la mercancía o los servicios que los patrocinan, ha surgido desde hace algunos años una inclinación por promover productos y servicios dentro del contenido.
Así cada vez vemos más anuncios en los programas de entretenimiento, infomerciales en las revistas y hasta libros financiados por patrocinadores. Hasta ahí la mercadotecnia está haciendo lo suyo y las consecuencias son limitadas, quizá un programa pueda perder éxito o una revista pueda convertirse en “fastidiosa” para sus lectores. Pero esa es la vida de los mensajes patrocinados. No hay mucho que agregar.
Pero ¿qué pasa cuando en un noticiario de televisión se promueve sin tapujos un producto o en una revista especializada en tecnología -obligada al análisis- se escriben sólo loas y alabanzas para un anunciante?
De entrada y en proporción a la credibilidad de cada medio, las ventas del anunciante se van a disparar. El lector confiará en la información presentada con cínica “objetividad” y se tragará el anzuelo. Probablemente pasará tiempo para que se dé cuenta del engaño. Este éxito a corto plazo ha provocado que muchos propietarios de medios caigan en la tentación y decidan convertirse en publicistas entusiastas.
El asunto empieza a ser preocupante en el momento en que esta decisión se convierte en una práctica generalizada. Cuando esto ocurre la industria editorial se desprestigia y cae en un círculo vicioso que la lleva a una crisis, primero de credibilidad y luego, económica.
Es obvio que los únicos que pueden evitar esta catástrofe son los mismos que la propician: los mercadólogos. La ganancia a corto plazo les lleva a un escenario en donde no cuentan con medios que, con objetividad y análisis, hagan un recuento de sus logros y beneficios reales
Presionar y corromper a los medios para imponer una línea editorial es para las empresas anunciantes jugar a la ruleta rusa: es cuestión de tiempo para que la bala explote en su cabeza.
Comentarios