Medios alternativos que ofenden nuestra inteligencia

¿En donde está la línea que separa la publicidad que impacta de la que invade hasta la ofensa? Para muchos empresas “creativas” parece que esta línea no existe. Hay publicidad que no sólo entretiene, sino que invita a seguirla, se comenta de boca en boca y gana posicionamiento en nuestras mentes. Para mí la publicidad de la librería Gandhi ocupa este género. Siempre espero su nuevo espectacular y no dejo de divertirme con ella. Pero hay otras que molestan. Los famosos popups están del otro lado de la línea. Cuando navego por un sitio que no deja de desplegar pantallas de anuncios me molestan tanto que agradezco a los diseñadores de los browsers que tengan herramientas que las bloqueen. El modesto “banner” es ideal. Aparece al lado de la información y con coquetería nos invita a dar un clic en ellos, sin abusar de su presencia.

Yo creí con ingenuidad que después del libro de Seth Godin Permission Marketing, la tendencia a invadirnos con publicidad intrusiva iba a ir en descenso, pero para mi sorpresa no es así. Ya me había preguntado si los monitores con publicidad en elevadores de edificios corporativos eran realmente útiles. Todavía no encuentro una respuesta cuando surgen nuevas ideas que no dejan de sorprenderme. Hoy la revista Merca2.0 dio a conocer unas nuevas “cajas mágicas” que saturarán el espacio que ocupamos para cargar gasolina, con anuncios. Y vuelvo a cuestionar su utilidad. Lo que más me llama la atención es que sea en México en donde se dé la primicia mundial de este “genial” medio alternativo. Precisamente en el momento en el que nos estamos preguntando si nos están vendiendo la cantidad en litros que compramos, en el momento que cuidamos que la tarjeta de crédito -que ahora estamos obligados a utilizar- no se pierda de nuestra vista para evitar que algún despachador emprendedor vaya a clonar nuestro plástico, precisamente cuando estamos atentos a verificar que el cambio que nos den al pagar, sea el correspondiente a la operación que estamos haciendo. En ese momento vital, vamos a tener monitores “gritones” que distraigan nuestra atención.

Y no me sorprendería que dada su novedad y despliegue tecnológico, este nuevo servicio ya tenga una lista de anunciantes ansiosos de aparecer en estos espacios, sin preocuparse de la “experiencia” negativa que podrían generar si sus potenciales consumidores asocian el anuncio con un momento desagradable.

No se malentienda, o parafraseando el dicho de una brillante cabeza presidencial “no nos hagamos bolas”. Seguramente a nadie le importa, pero soy un fanático creyente del poder de la publicidad. No sólo por su evolución cada vez más precisa en materia de persuasión, si no porque para mí es un vehículo de la democracia. Gracias a ella, y sin aparente costo directo, tenemos acceso a espectáculos deportivos que de otra forma serían altamente costosos para cualquier presupuesto personal promedio de los mexicanos. Gracias a la publicidad y de todas sus formas alternativas, muchas empresas coexisten y compiten entre sí. Y sin importar el tamaño y su procedencia, venden. Enriqueciendo así la oferta en un mercado que no sería tan libre si no tuviéramos información de las opciones que existen en él. En mis épocas de estudiante tuve la ocurrencia de proponer que se incluyera publicidad en los libros para que éstos tuvieran precios más accesibles para los estudiantes. Y aun a pesar de que se consideró una locura, aun pienso que este recurso es mil veces más conveniente que la piratería y las fotocopias. Yo incluiría publicidad en todo aquello que permitiera abaratar los precios y con ello un mayor número de personas pudiera tener acceso a él.

Pero hay un límite. Y éste no debe ser impuesto por un gobierno o por legislaciones coercitivas. El límite lo debemos poner los que estamos, de una forma u otra participando en este campo profesional. Estoy convencido de que el criterio para establecer este límite debe ser el respeto al consumidor. El ser humano no es todo el tiempo el animal que responde con salivación a los experimentos de Pavlov. Lo es por un momento, pero después hay una reacción y es posible que no sea la esperada por el anunciante.

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