Marca Personal y el riesgo de la cosificación

Cuando los políticos se empezaron a dar cuenta que era más persuasivo manejar su imagen como lo manejan los expertos en mercadotecnia, que emplear los recursos tradicionales de la propaganda, muchos líderes de opinión, particularmente los politólogos criticaron estas acciones, calificadas como Marketing Político, bajo el argumento –muy válido, por cierto- de que se estaban abandonando los mensajes estructurados para influir en el modo de pensar de los votantes, por mensajes que promovían el “empaque” de los políticos empobreciendo con los discursos políticos a unas cuantas frases repetidas reiteradamente como lo hacen los famosos “slongans”, en el caso de la mercadotecnia de productos.

El asunto es que la gente no tomamos decisiones razonadas si no emotivas y de una manera u otra, el discurso político de la propaganda tradicional no servía más que a los mismos analistas y no a los votantes. Y aunque es un tema que debe de ser cuidadosamente estudiado, por su impacto en el desarrollo democrático y en el progreso de las sociedades, es también -a fin de cuentas- una realidad que ninguna persona puede dejar de lado.

Las personas decidimos por lo que nuestro cerebro primitivo nos indica, y lo hace de un forma mucho más rápida que el tiempo que tardamos en procesar y razonar la información en nuestra corteza cerebral. El mecanismo de toma de decisiones tiene que ver con asunto fisiológico y de esto no podemos culpar a los políticos. Pero además es un tema acerca del cual todos debemos reflexionar. Cuando se habla de que la imagen de nuestra persona también debe ser manejada como una marca personal se está hablando de algo realmente releventa: nosotros mismos, por lo que debe de ocuparnos mucho de nuestro tiempo productivo, si queremos progresar en la sociedad actual en donde el manejo de nuestras relaciones personales es crucial. El que veamos a nuestra persona como un producto y a nuestra presencia pública como un empaque no nos cosifica, ni nos vuele entes mercantiles. De hecho ya lo somos, nos guste o no. (Obviamente y por fortuna, no sólo somos eso), El precio que nos pagan por el trabajo, cualquiera que éste sea, no es más que un precio de mercado, sujeto a las mismas leyes de oferta y demanda que todos los productos y servicios. Si lo que hacemos, lo hacemos bien y hay muy pocos que lo hace, entonces el mercado estará dispuesto a pagar más. Y ocurre lo contrario si lo que hacemos no lo hacemos muy bien y son muchos los que lo hacen.

Pero no sólo eso. Si no somos lo suficientemente hábiles, muchos de nuestros probables clientes (o empleadores) podrían no enterarse de nuestras habilidades y cualidades. Por ello es necesario que cuidemos nuestra imagen y hagamos lo necesario para promoverla como marca personal. Nadie vendrá a nuestra puerta o nos llamará por teléfono para decirnos: “sabemos que eres fantásticamente bueno y único, por lo que ansiamos contratarte”

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