Una historia linda
En un mundo donde la verdad era escasa y la incertidumbre reinaba, un grupo de valientes aventureros se embarcó en una misión para encontrar la verdad perdida. Liderados por el enigmático capitán Atlas, se adentraron en las profundidades de un mundo desconocido, donde la realidad se distorsionaba y la verdad se ocultaba a plena vista.
Su viaje los llevó a través de paisajes surrealistas, donde
los árboles caminaban y los ríos fluían hacia atrás. Encontraron ciudades
perdidas, habitadas por seres extraños y misteriosos, que les ofrecieron pistas
sobre el paradero de la verdad.
A medida que avanzaban, los aventureros se enfrentaron a
peligros inimaginables, desde criaturas monstruosas hasta laberintos que
desafiaban la lógica. Pero su determinación era inquebrantable, impulsados por
la esperanza de encontrar la verdad que tanto anhelaban.
Finalmente, después de muchas pruebas y tribulaciones,
llegaron a un lugar donde la realidad se desdibujaba y la verdad se revelaba en
toda su gloria. Allí, descubrieron que la verdad no era una entidad fija, sino
un camino que debía ser recorrido y experimentado.
Los aventureros regresaron a su mundo, transformados por su
viaje. Habían encontrado la verdad, no como un objeto que poseer, sino como una
comprensión profunda de sí mismos y del mundo que les rodeaba. Y así, la
incertidumbre que antes los había atormentado se convirtió en una fuente de
asombro y maravilla.
Explicación
Escribí un articulo sobre el tema del cuento y luego me fui
a pedirla a dos inteligencias artificiales que me crearan una imagen. La
primera que está como principal pertenece a Bing; la segunda, que pondré más
abajo, fue creada por la AI de Google
Estando ahí le pedí a la AI que me creara una historia con
el mismo texto con el que solicité la imagen y me creo esa historia que está
arriba. Sólo con el título le encontró sentido al tema y desarrollo una
historia que me gustó más que mi propio artículo que pondré más abajo.
Necesitamos de historias interesasntse, brevedad y resúmenes para poder asimilar toda la nueva información que se está creando. Y no es fácil, hay que aprender o quedarse inmovilizados en el pantano creciente de la ignorancia ilustrada.
El texto original
La idea ampliamente difundida de que “La información es
poder” es una de las más grandes mentiras con las que se ha manipulado la
conciencia de las personas.
La evidencia es contundente: hoy tenemos más información que nunca, pero a
la vez menos control sobre nuestro futuro y nuestras decisiones económicas,
sociales e incluso personales, es decir cada vez tenemos menos poder.
Irónicamente la sobreinformación es la que nos está
ahogando, ahora hay datos disponibles de cualquier tema y estos aumentan
aceleradamente de modo incontrolable. Nuestro cerebro no está diseñado para
procesar tal cantidad de información. Pero lo que hace más complejo el entendimiento
es que mucha de esta información es ficticia. Y lo peor de todo es que contamos
con herramientas biológicas muy débiles para diferenciar la información que acerca
a la realidad de la que no.
Y es que ante este
afán humano de conocer la verdad nos hemos olvidado de que nuestro cerebro no ha
evolucionado para entenderla, sino para sobrevivir. Es decir, captamos
información y somos capaces de predecir el futuro, sólo bajo la condición que
nos sea útil para sobrevivir, y no para comprender la naturaleza del entorno.
Esta función cerebral podríamos extenderla a una idea aún
más dramática: no tenemos manera de conocer la realidad, porque no estamos
armados biológicamente para hacerlo.
Sin duda hemos avanzado en el conocimiento, gracias a la
innumerable cantidad de herramientas tecnológicas y científicas para medir y
explorar aquello que no somos capaces de percibir y de los avances que nos han
facilitado grandes mentes, pero no ha sido suficiente. Ahora sabemos mucho más
que antes, pero nunca hemos llegado a entender la realidad absoluta, siempre ha
resultado mucho más rica e inexplicable.
El no conocer la realidad no tendría por qué inquietarnos. Ya
deberíamos estar acostumbrados a navegar en la incertidumbre. Pero nos tocó vivir en una época en donde los
científicos han sustituido al sacerdote para despejar sus dudas sobre su
existencia.
El dilema es que la ciencia no lo explica todo y tampoco
tiene elementos para interpretar la totalidad de la realidad absoluta, como sí lo
tienen las religiones. Pero cada día pierden credibilidad al demostrarse un
aspecto de la verdad diferente.
En el pasado vivíamos incómodos con la incertidumbre porque las
potestades morales y religiosas daban respuestas autoritarias respecto a
preguntas profundas: cuestionar a dios te podría condenar para siempre, vivo y
muerto. Hoy ya podemos preguntar e intentar conocer cualquier cosa, pero nadie
tiene respuestas definitivas.
Irónicamente el avance tecnológico reciente nos lleva a una
mayor incertidumbre. Si ayer dudábamos del influencer de moda, hoy nos damos
cuenta de que incluso la inteligencia artificial le ha aprendido a mentir para
ser creativa.
Ya Descartes nos había advertido hace cientos de años que no
creyéramos en la información que nos dieran nuestros sentidos. Había que
confiar en la razón. El problema es que su método ya no es suficiente, los
líderes del mundo nos han demostrado que poseen cada uno razones diferentes y
contradictorias.
De modo que a pesar de nuestros esfuerzos, seguimos
percibiendo la realidad casi como hace milenios: sin comprenderla del todo. La
diferencia es que en la historia hubo
grandes periodos de tiempo en que creíamos saberlo todo.
Tendremos que aprender a vivir con ello.
Pero no hay ningún desastre o fatalismo en esto. Siempre
hemos vivido en la incertidumbre, pero el ego nos ha llevado a la búsqueda del
control de la realidad, lo que irónicamente ha derivado en una falta absoluta
de esto.
Y eso no nos ha detenido.
Los mismos científicos están aprovechando los conocimientos
de la física cuántica para procesar información acelerada con nuevos chips, sin
saber del todo como ocurre este fenómeno, solo corrigiendo sus errores para
volver más eficiente el procesamiento de información.
A final de cuentas, como lo explicamos antes, así funciona
nuestro cerebro, no busca comprender la realidad sino sobrevivir y la
tecnología ha mejorado esta capacidad. Hemos aprendido a manipular la realidad
sin comprender del todo su verdadera naturaleza.
El gran reto es que nos hemos creado la falsa idea de que la
verdad es importante. Pero como no la conocemos, entonces la verdad se
convierte en fe, queremos que la realidad sea como la pensamos.
Y por siglos hemos gastado el tiempo en intentar convencer
al otro de que nuestra verdad es cierta, aunque no lo podamos comprobar.
El neoliberalismo parecía haber resuelto este dilema cuando
promovió el pensamiento pragmático, pero no se liberó del todo al darle el
mercado la capacidad de controlar la realidad. Esto nos volvió esclavos de un
concepto aún más falso que el de la promoción de nuestra verdad: quien ganaba
dinero, lo hacía gracias a que había entendido la realidad. El cúmulo de
riqueza sustituyó el poder, para las masas, el poder del conocimiento, de modo
que quien era fantásticamente rico también era sabio y se han convertido en
nuevos mesías, de quienes escuchamos sus consejos con ansías y esperanzas de
volvernos tan adinerados como ellos, a al menos un poco más que lo que somos
ahora.
Aunque en la intimidad muchos de estos ricos sospecharan que
ni siquiera ellos mismos se sentían del todo satisfechos con sus resultados y
mucho menos con sus conocimientos. Por supuesto los más ególatras disfrutan de
ese reconocimiento sin culpas, no temores.
El infortunio es que esto echó por tierra valores humanos que habían prevalecidos gracias a la idea de poseer una ideología que explicaba su realidad: como los grandes monumentos religiosos, el concepto de belleza plasmado en esculturas y pinturas, la música, la literatura y todo el folklor que envuelve a una ideología, que con el paso del tiempo se convirtieron objetos que mostraban la excelencia de la creatividad humana.
Ahora si una obra artística no vende, no es exitosa, aunque
sea una explicación profunda de un pensamiento o perspectiva emocional que haga
sentido a muchos que la compartan.
En este contexto no nos queda más remedio que vivir en la
incertidumbre, sin saber lo que es cierto o no, usando información sólo para
sobrevivir del mejor modo posible, sin creer en nada, pero a la vez escuchando
bien para entender adonde podemos llegar si creyéramos.
Esta manera de tratar la realidad, actuando como si
creyéramos, pero sin creer del todo, es una vieja enseñanza de nuestros
antepasados que vuelve a cobrar importancia. Actuar así, implica no desechar
ninguna teoría, ninguna propuesta ideológica, conocerla desmenuzarla,
entenderla y usarla para beneficiarnos (así en plural, algo que explicaré
después). Sin creer del todo para no caer en fanatismo, pero también sin
desdeñar nada para no cerrar nuestro entendimiento.
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