Cuando no eres tu marca



Hace algunos años contraté a un vendedor que entre otras cualidades tenía buena presencia, hablaba con propiedad y  su apariencia era muy ejecutiva, acorde con la imagen que la empresa donde colaboraba quería proyectar. Fue decepcionante pues nunca más volvió a vestir así, cambió su peinado, sus ropas e incluso su estilo de hablar no era el mismo. Cuando le reclamé me dijo que no le gustaba vestir formal y que prefería ese estilo que ahora traía.
-¿Por qué viniste vestido diferente a tu entrevista de empleo?
-Porque quería que me contrataran
-Pues necesito a la persona que contraté, tú ya no eres esa persona.
Una semana después renunció argumentando que no le gustaba que le impusieran una forma de vestir. Yo estaba realmente sorprendido de ese cambio de personalidad.
-No pudiste sostener la imagen que querías proyectar. Debiste haber venido como realmente te gusta ser.
-¿Me hubieras contratado?
-Por supuesto que no, pero nos habríamos evitado todas estas confusiones, hay otras empresas que si lo harían.

Esto ocurre a menudo en todo tipo de relaciones: interpersonales, de negocio, de trabajo o familiares. Proyectamos una imagen que no queremos representar, pero que pensamos que a los demás les gustaría. En un principio las cosas van bien hasta que empiezan a haber inconsistencias y luego todo se vuelve un lío de emociones encontradas e iras controladas.  Hay un tendencia no escrita de engañar para obtener lo que se quiere, pero el costo es alto, pues la relación se irá por un camino en donde el desgaste provocará un rompimiento o un desastre.
Vender a costa de promesas falsas, tener amigos que no nos gustan o parejas que no son realmente lo que deseamos como tal, todo es tan frecuente que pensamos que llegamos a pensar que es lo normal, quizás lo sea, pero no necesariamente es lo que nos conviene. El valor de tener clientes satisfechos, amigos sinceros y parejas que amemos, bien vale el esfuerzo de ser diferentes y permitir que la imagen que proyectemos sea la que realmente nos represente. La persuasión se ha malinterpretado y se ha convertido en un monstruo del engaño.

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