Entre la esperanza y la genialidad

Un viejo periodista propietario un rancho, solía decir que entre más conocía a los seres humanos, más quería a sus vacas. Por supuesto se refería fundamentalmente a los políticos. Por desgracia no todos tenemos la posibilidad de refugiarnos en nuestras posesiones, pues ganas no faltan cuando uno recibe las noticias de lo que está ocurriendo en nuestro país. No hay a quien depositar nuestras esperanzas, ni en los políticos que toman las decisiones, ni en los que las critican. Todos parecen jalar para su lado sin que nadie realmente de señales auténticas de ver por el bienestar del país.

Ante estas circunstancias, yo corrijo, a mi modo, la frase y sostengo que entre más conozco a los políticos, mas creo en la iniciativa privada. Pero no me refiero a los prósperos hombres de negocio, muy bien representados en instituciones como la CONCAMIN o la CONCANACO. Tampoco estoy pensando en los dueños de las grandes marcas mundiales, cuyo poder es superior a la de muchos países.

Me refiero a la iniciativa privada personal. Aquella que al levantarnos día a día, nos provoca para decirnos a nosotros mismos algo así como: “es mi tiempo y mi vida y también es mío el mundo que compartimos todos. Nadie tiene por qué decidir por mí lo que voy a ganar o las posesiones que tengo derecho a adquirir. Mi futuro depende de mi y no de una plaza de trabajo, ni de la decisión de una persona o empresa para que yo tenga derecho a un sueldo”.

Cada vez que percibo en los políticos sus intenciones ocultas de obtener poder y riqueza a costa de todos nosotros, pienso que la única alternativa es apropiarnos de nuestro destino, crear riqueza real y evitar con ello ser víctimas de decisiones egoístas y retóricas. Obviamente la solución es indirecta, pero es la que cada uno de nosotros tenemos a nuestro alcance: crecer a costa de nuestros propios políticos.

Desde esta perspectiva la solidaridad social no está en ofrecer nuestro respaldo a uno de los bandos, ni en observar con ansiedad y preocupación las noticias manipuladas de la televisión. La solidaridad está en estimar el esfuerzo de la gente que está próxima a nosotros -y apoyarla si nos es posible-. Equivale a comprarle a la esposa del vecino que se quedó sin trabajo, las bufandas que produce y con más valor que pena nos ofrece. Equivale a comprar un bebida en la cafetería que otro vecino puso en su cochera, en lugar de comprar uno marca. Si realmente queremos evitar que nuestro entorno se deteriore con un entorno cada vez más empobrecido, pongamos de nuestra parte lo que nos sea posible poner. Consumamos lo que la gente en búsqueda de una solución a sus problemas de vida, nos está ofreciendo.

Un próspero empresario me comentó algo que debería ser la bandera de todos los que en un momento de nuestras vidas hemos estado a punto de considerarnos derrotados: “la competencia desesperada es la más peligrosa, pues es en esos momentos cuando se producen las ideas geniales”.

Comentarios