Entre lo correcto, lo claro y lo virulento

Una de las disyuntivas que más me torturan en mi profesión, es la elección entre la comunicación clara o la correcta. Años atrás me encontré con mi viejo profesor de “Redacción y Estilo” de la universidad. Hablamos del lenguaje, de su uso actual y del correcto. Anciano y docto criticaba el mal manejo del lenguaje que tenemos casi todos y el desinterés por corregirlo. Coincidía en casi todo lo que decía, pero le contesté que había casos en los que se debería ceder y que eran aquellos en donde se sacrificaba la corrección por el entendimiento claro.

-¡Imposible! –me gritó- siempre el uso correcto es el más preciso y por consecuencia, claro.

-Bueno, no siempre... –y le sonreí en busca de un poco de benevolencia, pues no quería discutir con alguien que respetaba.

-Dame un ejemplo –y me miró con una energía tal que su edad pareció esfumarse.

-Me he derrotado con la palabra “evento”, no he encontrado un término que sea preciso para lo que en mi profesión significa, que es un acto programado y no precisamente un hecho imprevisto- contesté a modo de confesión.

-Llámalo por su nombre –me explicó- conferencias, mesas redondas, exposiciones, reuniones.

-Claro, muchas palabras para sustituir una sola, que no aceptamos. ¿Así quieres que le ponga al departamento que las organiza? ¿No crees que debemos ceder y aceptar que todo mundo lo usa ya y facilitarnos la comunicación?

-Por supuesto que no. Haz lo correcto aunque te cueste trabajo – y dio por terminada la discusión visiblemente molesto.

Años después la Real Academia Española, reconoció este significado para algunos países en Latinoamérica y cuando me enteré respiré más tranquilo.

Pero hay siempre nuevas palabras que llegan para torturarme. Hoy me siento, por ejemplo, culpable por escribir “17 mil” en lugar de “17000” o “diecisiete mil”. Sé que es incorrecto, pero es definitivamente más fácil de leer. Titubeo ante la tentación de quitarle el acento a “vídeo”, al igual que dudé durante años en ponérselo a la primera letra de la palabra “icono”, hoy curiosamente ya aceptado.

Pero en todos estos casos la lucha es interna. Hay desafortunadamente otros en los que el manejo de la palabras es demasiado arbitrario, o tendenciosamente mal aplicado.

Con arbitrario me refiero a cuando el asunto se complica cuando la claridad es sólo momentánea para un determinado y pequeño grupo social. Tengo mis dudas, por ejemplo para emplear la palabra “antro” para todo el mundo, pues no estoy seguro que signifique lo mismo para todos.

El peor de todos es el mal intencionado y quizás el más frecuente en la publicidad y la mercadotecnia. Hablar por ejemplo de productos ecológicos cuando en realidad no lo son. A que se diga que se contribuye a limpiar el mundo, porque se usa un producto pobremente menos contaminante.

El problema con ese uso mal intencionado provoca una distorsión en la interpretación de la gente. Aunque se gana momentáneamente en posicionamiento a costa precisamente de la claridad. Recordemos lo que ha pasado con los productos “light” ¿quién cree ahora que no engordan? Y aunque el uso mal intencionado puede causar un efecto de rebote para quien lo ideó, es también cierto que no sólo se afecta a si mismo si no a todos los productos de ese mercado, acabando por desprestigiar a todos.

Una empresa que compite con la que trabajo decidió definir como “virus marketing” a un sistema desarrollado en flash para captar los datos de las personas que desean registrarse para asistir a un evento promovido a través de un banner en su sitio. El sistema es ingenioso e útil, pero tiene un nombre tan mal intencionado que está provocando confusión en el mercado. Ahora mis clientes me piden propuestas de “virus marketing” que no tienen nada que ver con el término y esto sin duda desprestigiará cualquier estrategia de virus verdadera.

Si no hay contagio, no hay virus ¿cómo explicarlo sin que parezca que el mal intencionado soy yo?

Por cierto este artículo es muy interesante para aquellos que buscan estrategias para buscar que nuestros mensajes vayan por una ruta virulenta real, como la que está logrando el mensaje de Germán Dehesa en donde propone no pagar impuestos, el cual que me ha llegado por varias fuentes, pues el interés de la gente que no quiere pagar impuestos lo convierte en un mensaje profundamente contagioso.

Comentarios

Cerebro dijo…
Hola aquí de nuevo. Soy Alvaro de www.alvarols.com. Te escribo para pedirte un pequeño favor.

Acabo de renovar mi página y hubieron algunos cambios, entre ellos la dirección de mi blog cambió y ahora es www.alvarols.com/Blog (con la B Grande). Te pediría que cambiaras el enlace actual por ese, o inclusive por la página inicial que es "www.alvarols.com. como tu elijas.

De antemano te digo que el link a este sitio está en la nueva versión.