Ni internet, ni carreteras

Hace algunos años, cuando mi entusiasmo por el “régimen del cambio” aún subsistía, conversaba con mi exjefe y amigo Ricardo Zermeño, reconocido gurú de tecnologías de información y telecomunicaciones en México, doctor en no sé qué de desarrollo tecnológico y fuente constante de noticias en su industria por las investigaciones que realiza en su campo. Sobra decir que su pensamiento es una autoridad para mí. Platicábamos del nuevo gabinete de Fox, dentro del cual se había nombrado a una antigua conocida suya, Xóchitl Gálvez: Yo le decía que había escuchado una declaración de ella en las noticias en la que planteaba que buscaría comunicar a las comunidades más aisladas de indígenas con modernos sistemas tecnológicos, que incluían, por supuesto, internet. El promotor más entusiasta de la red me contestó con una respuesta que no esperaba: “Pues sería en un error, lo que los indígenas necesitan es infraestructura, es más importante para ellos construirles una carretera de verdad, que una supercarretera de información”. No continúe con el diálogo. Aunque sonaba muy atinado su comentario, la verdad es que me parecía revolucionario y casi romántico que un humilde campesino de la sierra de Chiapas, llegara a un “kiosco electrónico” y consultara el precio internacional del café.

Unos cuantos meses después conocí a un joven ayudante de una cafetería, cuyos padres eran precisamente campesinos chiapanecos que cultivaban café. Cuando supo de mi desbordada afición por el aromático líquido, el imprudente pero bien intencionado muchacho me ofreció, en el territorio de sus jefes dueños de la cafetería, regalarme del café que cultivaba su familia: “Le va a encantar –me dijo- cuando lo pruebe no le va a gustar ningún otro”. Lo jalé de la camisa y le susurré al oído para que no me escucharan los dueños: “trae del mejor y todo el que puedas, te lo pago al precio que lo venden tus jefes”. Me miró con cara de espanto, pero prometió que lo haría. “A ellos les pagan a $10 pesos el costal” respondió. Esperé con ansiedad de cafeína su regreso del viaje con sus padres. Tenía todo preparado, el lugar donde lo tostaría y el aparato para molerlo. Pero cuando lo vi ni siquiera me saludo, barría con la mirada clavada en el piso. Esperé hasta que tuve oportunidad de preguntarle por su promesa y con una voz cargada de tristeza me dijo: “Mis papás no me dejaron traerlo, cuando alguien de nosotros quiere sacar café del pueblo lo meten a la cárcel y los acusan de narco. Ellos no quisieron que me arriesgara”.

Me hundí en mi asiento sorprendido y recordé las palabras de Zermeño. Estaba pasmado, pues no encontraba una respuesta en mi cabeza, era obvio que las necesidades más urgentes de estas comunidades no eran ni las carreteras, ni internet. Hasta la fecha aun persisten mis dudas, pero de lo que estoy seguro es que la tecnocracia no tiene tampoco respuestas.

Hoy al leer las noticias de la celebración en México del día de internet, recordé esta amarga y cafetera historia:

“Se espera que al cierre del año operen en el país 10 mil centros de conectividad comunitaria, que serán instalados en diferentes oficinas que el gobierno federal tiene en los más 2 mil 400 municipios, principalmente escuelas y bibliotecas, informó Javier Pérez Mazatán, coordinador del Sistema Nacional eMéxico, en el marco del seminario para festejar el Día de Internet 2006.”

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