España la number one!

¡Ganamos! Solemos decir cuando gana nuestro equipo favorito. No importa que no seamos jugadores, ni socios del equipo. Solo basta que sea nuestro equipo favorito para sentir que compartimos el triunfo. Algo similar siento con el éxito de España como el país en donde se producen los mejores sitios, según la evaluación ISAR. Ni he participado en ningún diseño de sitio español, ni soy español, pero...hablo español y es suficiente para sentir gusto porque haya personas que hablan el mismo idioma y que hacen los mejores sitios a nivel mundial. Felicidades a los españoles y a los que hablamos su idioma.

Pero profundizando en el reporte y dejando de hablar de los méritos de España, los criterios de evaluación me dejan sentimientos cruzados. Son siete: diseño, innovación, contenido, tecnología, escritura y facilidad de uso. Me parecen que permiten una evaluación completa pero no totalmente justa. ¿Son los mejores sitios los que cumplen con todos estos criterios? O son los mejores sitios los que aprovechan mejor uno de ellos para atraer la gente que ellos quieren?.

Hace no mucho tiempo, en una junta de negocios con un visionario propietario de una empresa de alta tecnología, nos cuestionó nuestra propuesta de página para un newsletter electrónico que le estábamos diseñando: “Está muy bonito, el diseño de verdad me gusta...pero no quiero que mi página gane ningún concurso de diseño, lo que quiero es que sea leída por mis clientes. Les pido por favor que me presenten una propuesta menos novedosa y colorida, por algo más serio, para que resalte el contenido que es lo que me interesa promover”.

La diseñadora, autora de la propuesta gráfica, me miró con ojos de “lo quiero matar” y al terminar la junta se me vino encima con sus reclamos: ¡no podemos permitir que este señor acabe con el diseño!....es una propuesta pensada para una empresa de alta tecnología...debe mostrar innovación, frescura...en definitiva no sabe de lo que está hablando...y así siguió por más de media hora hasta que llegamos a nuestras oficinas.

Yo conocía al cliente muy bien y no era la primera vez que tocamos el tema. Es más. Yo le había propuesto la idea hacía algunos años. En esa época le producíamos una revista y cuando nos reuníamos para revisar las ediciones futuras, el 80% del tiempo lo invertíamos en el tema y diseño de la portada, que era su máximo orgullo como propietario de la revista. Hasta que un buen día, después de revisar a conciencia las gráficas de venta, las encuestas a nuestros lectores y las tendencias de portadas de revistas similares a nivel mundial, le dije: Debemos terminar con el diseño de la portada. Son fantásticas, metafóricas, la gente las comenta, se discuten, incluso hasta se coleccionan, pero estamos recibiendo cartas de niños de 13 años que quieren saber si tenemos más portadas y nuestros lectores no recuerdan ninguno de los artículos que escribimos, pero sí todas las portadas. Estamos perdiendo el foco de lo que la revista está persiguiendo. Si queremos ser líderes en nuestra especialidad, debemos enfocarnos en el contenido y olvidarnos de la belleza metafórica de nuestras portadas. El diseño debe estar al servicio del contenido y no al revés. Tardé tres horas en convencerlo y tuve que mostrarle a detalle todos los análisis que había hecho, hasta que como buen hombre de negocios, reconoció que eran más importantes los números que las emociones. Así que matamos el diseño fantástico de la portada y junto con ella se acabaron también las juntas divertidas. Sin embargo la estrategia funcionó. Nos convertimos en el medio más serio y rentable de la, en ese entonces, floreciente industria, aunque nunca nadie más habló de nuestras portadas.

Así que cuando la diseñadora me lanzaba sus reclamos, no sabía que contestarle. El caso era diferente y estaba consciente de que habíamos hecho un análisis tanto de facilidad de uso, como de simplicidad, e innovación de diseño. Yo también le había comprado la propuesta. Pero sabía que mi cliente no quería caer en el mismo error y se iría por un diseño más sobrio. Así que contraviniendo las normas más básicas de liderazgo, simplemente le contesté: “el cliente es el cliente y siempre tiene la razón. Haz por favor lo que él dice”.

Han pasado ya varios meses de este asunto y aun no sé si fue una buena decisión. Ambos tienen sus razones válidas. Hoy estos tipos del ISAR aumentan mis dudas internas. La forma está al servicio de la función. de eso no me cabe la menor duda. Pero ¿cuál es la frontera? Me parece que la respuesta podría ser ésta: es en el momento en el que el diseño deja de ser un medio y se convierte en un objetivo. ¿será?

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